Texto del Evangelio (Jn 6,24-35): En aquel
tiempo, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus
discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al
encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?».
Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no
porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis
saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que
permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste
es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».
Ellos
le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». Jesús les
respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado». Ellos
entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué
obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está
escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’». Jesús les respondió: «En verdad, en
verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que
os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del
cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese
pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá
hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
«Señor,
danos siempre de ese pan (…) Yo soy el pan de la vida»
Comentario: + Rev. D. Joaquim
FONT i Gassol (Igualada, Barcelona, España)
Hoy vemos diferentes
actitudes en las personas que buscan a Jesús: unos han comido el pan material,
otros piden un signo cuando el Señor acaba de hacer uno muy grande, otros se
han apresurado para encontrarlo y hacen de buena fe -podríamos decir- una comunión
espiritual: «Señor, danos siempre de ese pan» (Jn 6,34).
Jesús debía estar
muy contento del esfuerzo en buscarlo y seguirlo. Aleccionaba a todos y los
interpelaba de varios modos. A unos les dice: «Obrad, no por el alimento
perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna» (Jn 6,27). Quienes preguntan: «¿Qué
hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» (Jn 6,28) tendrán un consejo concreto en aquella sinagoga de
Cafarnaúm, donde el Señor promete la Sagrada Comunión: «Creed».
Tú y yo, que
intentamos meternos en las páginas de este Evangelio, ¿vemos reflejada nuestra
actitud? A nosotros, que queremos revivir esta escena, ¿qué expresiones nos
punzan más? ¿Somos prontos en el esfuerzo de buscar a Jesús después de tantas
gracias, doctrina, ejemplos y lecciones que hemos recibido? ¿Sabemos hacer una
buena comunión espiritual: ‘Señor danos siempre de este pan, que calma toda
nuestra hambre’?
El mejor atajo para
hallar a Jesús es ir a María. Ella es la Madre de Familia que reparte el pan
blanco para los hijos en el calor del hogar paterno. La Madre de la Iglesia que
quiere alimentar a sus hijos para que crezcan, tengan fuerzas, estén contentos,
lleven a cabo una labor santa y sean comunicativos. San Ambrosio, en su tratado
sobre los misterios, escribe: «Y el sacramento que realizamos es el cuerpo
nacido de la Virgen María. ¿Acaso puedes pedir aquí el orden de la naturaleza
en el cuerpo de Cristo, si el mismo Jesús nació de María por encima de las
leyes naturales?».
La Iglesia, madre y
maestra, nos enseña que la Sagrada Eucaristía es «sacramento de piedad, señal
de unidad, vínculo de caridad, convite Pascual, en el que se recibe a Cristo,
el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura» (Concilio Vaticano II).
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