El ambiente, enrarecido, oprime nuestro corazón. Sentimos que el aire es
poco sano. Las tensiones
acumuladas nos aturden.
Necesitamos una bocanada de aire fresco. Abrimos la ventana del alma en
espera de un poco de alivio.
En la vida humana hay momentos en los que brisas
de belleza, de bondad, de justicia, de ternura, alivian y consuelan.
Frente a los problemas que se acumulan poco a poco, o que llegan como
granizadas dañinas, sentir la
caricia de un aire renovador y suave nos consuela y nos ayuda a reemprender la
lucha.
Levanto la cabeza. Por encima de las nubes, un color diferente me enseña un
panorama más completo.
Existe un cielo, existe un juicio, existe un Dios
que es justicia y misericordia. Quedan espacios para la esperanza y para la alegría.
El aire fresco alivia. El calor deja de oprimir mi alma. Siento una paz que
se explica desde Dios y que me lanza a pensar en mis hermanos.
El reloj corre. Los problemas
no durarán eternamente. Siguen ahí, es cierto, pero los veo desde una perspectiva
diferente.
Con el alivio y la fuerza que me llegan como don de Dios Padre pongo,
nuevamente, las manos en el arado. Y recuerdo que a cada día le basta su afán (cf. Mt 6,34). FP
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