I. Consumo y consumismo
1. Desde el momento que el hombre necesita bienes para su
subsistencia, salud, educación, vivienda, descanso, etc., hay que concluir que
resulta imprescindible la producción y el consumo de los bienes que responden a
las necesidades fundamentales de la persona humana. Sería ideal, por
consiguiente, que todos los poseyeran según sus necesidades y conforme a la
capacidad de cada uno, en orden a su desarrollo integral, de cuerpo y alma.
Por eso, en esa línea, el gran doctor de la Iglesia santo
Tomás de Aquino, hace siglos, enseñó que un mínimo de bienestar es necesario
para practicar la virtud. En los últimos tiempos se ha dicho, en lenguaje más
directo, que no se puede hablar de Dios a estómagos vacíos. En conclusión,
digamos que hay un consumo de bienes materiales útiles e indispensables ya que
se trata de medios necesarios para el bienestar material y espiritual de la
persona humana.
2. El consumismo es otra cosa. Con la denominada sociedad
industrial aparece la multiplicación y acumulación de bienes, con frecuencia,
innecesarios, y superfluos, cuando no ordenados con frecuencia a la ostentación
y obtención de determinado ‘status’. Entonces la persona resulta esclava de las
cosas, dominada por ellas. Nada le resulta suficiente, aparece insaciable y
enredada en una conjunción, a veces hasta ridícula, de vanidad y codicia, con
un asfixiante trasfondo materialista. En definitiva, el paroxismo del tener
cosas ahoga al ser de la persona. Los ‘shopping centers’ y los ‘free-shops’ de
los grandes aeropuertos podrían ser como los símbolos del consumismo
contemporáneo. A veces hasta aparece un aspecto ridículo como es el ofrecido sobre
todo por los denominados ‘nuevos ricos’ a quienes el lenguaje popular graficó llamándolos
‘piojos resucitados’.
3. A este consumismo empuja la propaganda que de mil maneras
atrapa a la persona y a la familia, cautivas e indefensas frente a las
presentaciones y ‘slogans’ de aquélla. Así como desde hace un tiempo se
imparten lecciones de ‘defensa personal’, habría que propiciar la enseñanza del
arte de ‘defenderse de la propaganda’.
4. Añádase a los artilugios de la propaganda los oscuros
manejos de los resortes de los mercados y de la producción que someten a la
gente a consumos innecesarios y hasta nocivos a veces. Convengamos en que la
influencia sutil y en ocasiones asfixiante de la propaganda es una fuerza tan
irracional como poderosa.
II. Austeridad de vida
5. Ella es la actitud que constituye ante todo una réplica al
materialismo que subyace en las bases del consumismo. Adelantemos que, para no entrar
en detalles, entendemos ‘austeridad’ y ‘sobriedad’ de vida como términos
equivalentes. Ambos llevan implícita la afirmación de que los valores
materiales no son la razón de ser de la persona humana ni el objetivo último de
su existencia; son expresiones del dominio del hombre sobre las cosas en lugar
de ser su esclavo.
6. No se confunda la austeridad de vida con la actitud del
avaro que acumula y esconde; el avaro es, por antonomasia, esclavo de lo
material. La austeridad de vida se encuadra dentro de los límites de las cosas
necesarias y realmente útiles, habida cuenta de las condiciones y
circunstancias de vida de una persona o de una familia y su situación en la
sociedad.
7. La austeridad de vida es una exigencia ética y una virtud
cristiana. Como exigencia ética obliga preferentemente a quienes están al
frente de la cosa pública en sus diversos niveles y a los que en el ámbito
privado están situados en planos patronales o dirigenciales. Si más no sea
porque lo contrario fácilmente suscita envidias, resquemores o desigualdades
irritantes, y sospechas de corrupción...
8. Como virtud cristiana la austeridad de vida es forma y
expresión del espíritu de pobreza que debe ser vivida aun en los estratos
económicamente más elevados de la realidad social. No está de más recordar que
dicho espíritu implica humildad y caridad. HUMILDAD porque comienza por
reconocer que Dios es el único por sobre todas las cosas, pleno y supremo bien,
y que los hombres son administradores de los bienes recibidos, cuya
administración debe redundar en bien para los demás, sin dejar de tener
especial atención de los más necesitados; por eso implica CARIDAD.
III. Egoísmo y amor
9. Si así se piensan las cosas no hay contradicción entre
desarrollo, productividad, consumo y austeridad de vida. Sí hay frente a
cualquier concepción o sistema que proclame que el egoísmo individual es el
motor del progreso y del bien general. El denominado capitalismo salvaje está
en esa línea, y sabemos bien cuántas y cuáles han sido y son sus consecuencias.
En un mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el Papa Juan
Pablo II se expresó así: “En los países industrializados la gente está dominada
hoy por el ansia frenética de poseer bienes materiales” (y en ciertas capas
-añado yo- de la sociedad de países no desarrollados sucede lo mismo). “La
sociedad de consumo pone todavía más de relieve la distancia que separa a ricos
y pobres, y la afanosa búsqueda de bienestar impide ver las necesidades de los
demás... La moderación y sencillez de vida deben llegar a ser los criterios de
nuestra vida cristiana...” (NS).
10. Me permito agregar otra cita que viene a cuento; es de un
ensayista francés -Patrice de Plunkett- quien acaba de escribir hace poco lo
siguiente: “El materialismo marxista ha retrocedido fuera de nuestras miradas.
Esta marea muy baja nos descubre una playa desierta... Librada a todos los
vientos: es el materialismo occidental. Impulsados solamente por la obsesión
del bienestar individual, su nada espiritual es una amenaza... No creemos más
en nada, ni en nosotros, ni en nadie... El célebre ‘modelo occidental’ impone a
los cinco continentes la más alta tecnología y la ética más baja. De esta
manera... las grandes tradiciones morales de la humanidad corren el riesgo de
desaparecer asfixiadas por nuestra nada, nuestro vacio... una nación se suicida
si se esconde de las grandes fuerzas éticas y religiosas de su historia”. Hasta
aquí las palabras de Plunkett.
11. Si el crudo liberalismo económico hace dos siglos pudo
ser denominado la ‘revolución del egoísmo’, hoy parece evidente la necesidad de
abandonar la idea de que el egoísmo es el pilar básico del orden social. Esa
revolución debe ser reemplazada por la ‘revolución del amor’, la cual exige la
enseñanza y difusión de una verdadera y válida escala de valores en la
sociedad, la austeridad de vida, el espíritu de servicio y de solidaridad
frente a toda carencia, sea ésta de naturaleza material, psicológica o
espiritual, la reducción del consumo superfluo y frívolo, la idolatría del
dinero y del placer, la educación en la cultura del trabajo... Menuda tarea
ésta! pero, qué sociedad distinta a la de hoy configuraría una ‘revolución del
amor’!
IV. Conceptos finales
12. Para concretar algo más estas consideraciones me permito
dirigir algunas palabras a determinados grupos de creyentes sinceros.
a) A los que tienen abundantes medios materiales les digo que
vivan sin ostentación y con austeridad y sobriedad; que contribuyan a disminuir
las urgencias de los más necesitados; que no guarden con avaricia sus bienes y
ganancias sino que inviertan para el desarrollo y crecimiento de la economía
nacional y la multiplicación de puestos de trabajo. Ello revertirá en bien de
la sociedad.
b) A quienes tienen lo necesario, me atrevo a pedirles que
‘hagan, de la necesidad, virtud’, es decir que vivan serenamente la austeridad,
sin angustias ni ambiciones desmedidas y colaborando solidariamente con los que
menos tienen.
c) A quienes han hecho promesa o voto de pobreza evangélica o
quieren vivir su espíritu, les digo que lo hagan con gozo de corazón y
sintiéndose liberados del peso de las cosas materiales para manifestar más
ejemplarmente la existencia y el valor de las cosas espirituales y la
supremacía del amor a Dios y al prójimo.
d) A los que nada tienen no es fácil en este orden de cosas
decirles una palabra oportuna y útil. Sin embargo me atrevo a expresarles mi
deseo de que no caigan en la amargura, el resentimiento o la desesperación, ni
se nieguen a ningún esfuerzo solidario para mejorar esperanzadamente su
situación. AQ
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