La vida nos presenta diversas situaciones para contar un
chiste, un chascarrillo, un detalle que jalonea una sonrisa o una carcajada
fresca, limpia sana. Bien decía Santa Teresa que un santo triste es un triste
santo y cuentan también que San Felipe Neri no se cansaba de hacer bromas y
contar chistes a sus contertulios del oratorio. Hay quien dice que para sacar
de la melancolía a un pobre monje entrado en edad, lo invitó a jugar a las
carreras entre los muros del claustro conventual. Al final los dos rieron y
adiós melancolía.
Los chistes, es verdad, alegran la vida, hacen más ligero el
caminar cotidiano y bien presentados suscitan la risa, el descanso y la
distensión en quien los escucha y en quien los cuenta. Los hay que sirven para
ejemplificar situaciones en la vida y así se utilizan como excelentes medios
pedagógicos desde las clases de educación básica hasta las aulas
universitarias. Hay párrocos y conferencistas que saben ilustrar magistralmente
sus prédicas y disertaciones con una colección excelente de chistes de diverso
género. Parecería que las únicas reglas a seguirse en lo referente a chistes
serían las del ingenio, la oportunidad y la gracia. No hay cosas más sosa y más
grotesca que un chiste mal contado o contado malamente en situaciones desagradables.
Dígase así de los chistes contados en los velorios o incluso, en los sepelios.
Sin embargo, debemos estar atentos al color de los chistes.
Los chistes pueden ser de muy diverso color... eso es algo bien sabido. Los hay
blancos y los hay de un color subido. Todo depende del lado del Atlántico en el
que nos encontremos. Mientras que allende el océano un chiste verde podría
causar el sonrojo y el sarcasmo de los hombres, en la América de Gabriel García
Marques un chiste verde es un chiste soso. Para los lectores de Manzoni y Dante
Alighieri en Italia un chiste ‘a luci rosse’ tiene la misma connotación que un
chiste verde en la España de Cervantes o un chiste rojo en el México de Octavio
Paz. Ya el lector habrá captado la intención del color de los chistes. Me
refiero lógicamente a aquellas historias en donde el elemento sexual viene a
ser tratado de cualquier forma o la utilización de palabras lleva connotaciones
no siempre de acuerdo con la intención semántica de quien habla. Lo que dicho
en otras palabras significaría los chistes ‘de doble sentido’ en donde hacemos
referencia a situaciones sexuales o a los órganos genitales con palabras que
degradan su casto significado.
¿Pero qué tiene de malo? ¿Puede llegar a convertirse en
pecado un chiste rojo o verde?
Hablemos sin rodeos. Cuando en los chistes se banalizan o se
ridiculizan las diversas realidades del hombre como pueden ser su componente
sexual, o su realidad íntima como la de la relación sexual, estamos rebajando
la dignidad misma del hombre y de la mujer. Estamos por tanto faltando a la
caridad. El respeto que nos merece la dignidad del hombre viene a ser pisoteado
en aras de un gusto pasajero, por lo que se degrada el concepto de hombre y de
realidad sexual, además de que poco a poco tendemos a ‘cosificar’ esas
realidades humanas.
Además, bien sabemos que esas realidades suscitan en el
hombre la excitación de los sentidos, llevándolo en no pocos casos a una
ocasión próxima de pecado: las imaginaciones, los deseos y los recuerdos que
dejan en el alma ese tipo de chistes no son una ayuda para vivir coherentemente
nuestro compromiso de cristianos en el campo de la castidad, especialmente en
un mundo exacerbado por todo tipo de referentes sexuales.
Habiendo tantos y tan buenos chistes es una pena que se tenga
que recurrir a ellos para poner la nota cómica en una conversación. Son señales
de vacío mental, de falta de recursos o de una concepción inadecuada en la
visión de la sexualidad. Rojos, verdes o a ‘luci rosse’, esos chistes deben ser
evitados por quien se profese como buen católico y en la medida de lo posible
evitar su propagación. GSG
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