Yo no soy como
los demás.
La
parábola de Jesús es conocida. Un fariseo y un recaudador de impuestos suben al
templo a orar. Los dos comienzan su plegaria con la misma invocación: Oh Dios.
Sin embargo, el contenido de su oración y, sobre todo, su manera de vivir ante
ese Dios es muy diferente.
Desde
el comienzo, Lucas nos ofrece su clave de lectura. Según él, Jesús pronunció
esta parábola pensando en esas personas que, convencidas de ser justas, dan por
descontado que su vida agrada a Dios y se pasan los días condenando a los
demás.
El
fariseo ora «erguido». Se siente seguro ante Dios. Cumple todo lo que pide la
ley mosaica y más. Todo lo hace bien. Le habla a Dios de sus «ayunos» y del
pago de los «diezmos», pero no le dice nada de sus obras de caridad y de su
compasión hacia los últimos. Le basta su vida religiosa.
Este
hombre vive envuelto en la «ilusión de inocencia total»: yo no soy como los
demás. Desde su vida «santa» no puede evitar sentirse superior a quienes no
pueden presentarse ante Dios con los mismos méritos.
El
publicano, por su parte, entra en el templo, pero se queda atrás. No merece
estar en aquel lugar sagrado entre personas tan religiosas. No se atreve a
levantar los ojos al cielo hacia ese Dios grande e insondable. Se golpea el
pecho, pues siente de verdad su pecado y mediocridad.
Examina
su vida y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a
prometerle nada para el futuro. Sabe que su vida no cambiará mucho. A lo único
que se puede agarrar es a la misericordia de Dios: Oh Dios, ten compasión de este
pecador.
La
conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a
Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su
misericordia. Vuelve a casa trasformado, bendecido, «justificado» por Dios. El
fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró:
sin conocer la mirada compasiva de Dios.
A
veces, los cristianos pensamos que «no somos como los demás». La Iglesia es
santa y el mundo vive en pecado. ¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia
y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos
e hijas? JAP
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