En el creyente
pueden surgir dudas sobre un punto u otro del mensaje cristiano. La persona se
pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto
concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor
clarificación.
Pero hay
personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por
una parte sienten que no pueden o no deben abandonar su religión, pero por otra
no son capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.
El que se
encuentra así suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le
impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también
culpable. ¿Qué me ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puedo hacer en estos
momentos? Tal vez lo primero es abordar positivamente esta situación ante Dios.
La duda nos
hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad. Ningún ser humano
«posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en
otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hemos de
caminar con humildad y sinceridad.
La duda, por
otra parte, pone a prueba mi libertad. Nadie puede responder en mi lugar. Soy
yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que
pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la
duda puede ser el mejor revulsivo para despertar de una fe infantil y superar
un cristianismo convencional. Lo primero no es encontrar respuestas a mis
interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación quiero dar a mi vida.
¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por
la verdad del Evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar verdad alguna?
La fe brota
del corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo
catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras
dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie, excepto Dios, conoce».
Lo importante
es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehúye. A pesar de toda
clase de interrogantes e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre
podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos:
«Señor, auméntanos la fe». El que ora así es ya creyente. JAP
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