“¿Le molesto
si fumo?” Una pregunta cortés, educada, a la que normalmente, casi sin pensarlo
mucho, solemos responder con un sencillo “no”...
Si nos
diésemos cuenta de todo lo que implica el fumar, tanto para el fumador como
para nosotros mismos, deberíamos tener valor para decir, con la misma educación
con la que fuimos preguntados: “La verdad es que me haría un gran favor si no
fumase. Incluso por lo mucho que le aprecio, le pediría el pequeño sacrificio
de dejar el tabaco...”
¿De verdad es
peligroso el tabaco? Desde que los españoles trajeron a Europa los productos
del tabaco muchos han pensado, por años, que no encerraba ningún peligro. Sin
embargo, a partir de mediados del siglo XX, miles de estudios han puesto en
evidencia los peligros que encierra el simple gesto de coger un cigarrillo y
disfrutar de unas bocanadas de humo.
¿Cuáles son
los daños que puede producir el uso habitual y abundante del cigarro? El tabaco
favorece la aparición de diversos tipos de cáncer (de los labios, de la cavidad
bucal o de la faringe, del esófago, del páncreas, de los pulmones, etc.).
Aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares (hipertensión, diversas
enfermedades cardíacas, etc.). Facilita las afecciones respiratorias
(bronquitis, enfisema, neumonía, asma, tuberculosis). Si la mujer está
embarazada o hay en casa algún niño pequeño, el uso del tabaco puede provocar
diversas enfermedades en esa creatura que vive en un hogar de fumadores, o
incluso llega a causar la muerte del hijo antes de nacer.
Conviene
subrayar que no sólo sufre por culpa del tabaco el fumador empedernido. También
es víctima quien se encuentra a su lado (en una fábrica, en una oficina, en un
coche o en el mismo hogar). El “humo pasivo” encierra prácticamente los
peligros que el “humo activo”.
La OMS, habla
de más de 4 millones de muertes al año por culpa del tabaco (datos del año
2000). Si la situación no mejora, este número podría elevarse hasta 10 millones
de muertes al año a partir del año 2025. El tabaco, en los países así llamados
“desarrollados”, llega a ser causa de un 25 % de las muertes de los varones
entre 35 y 69 años.
A pesar de
tantos estudios, a pesar de las campañas de sensibilización de la opinión
pública (todos los años, el 31 de mayo, se celebra el “día mundial sin
tabaco”), a pesar de que incluso en algunos grandes posters de publicidad de
cigarrillos podemos leer “el tabaco mata”, “el tabaco produce cáncer” o frases
parecidas, millones de fumadores cogen cada día sus cajetillas, su encendedor,
y dedican unos momentos para su desahogo preferido.
Este
comportamiento, simplemente, es gravemente inmoral. Es inmoral porque nadie
puede poner en peligro la propia salud sólo por concederse un pequeño placer.
Es inmoral por los daños que se producen en quienes se encuentran junto a los
fumadores.
Aunque son
muchos los que reconocen los peligros del fumar, hace falta un paso ulterior
para que la voluntad diga un “no” firme y decidido al tabaco. Millones de
personas han contraído, desde la adolescencia o la juventud, el hábito de
fumar, y viven sometidos a la dependencia que provoca. Les cuesta mucho imaginar
un día sin fumar 5-10-20 cigarrillos. En los momentos de preocupación o de
espera, la mano palpa los bolsillos con ansiedad para tomar la cajetilla y
empezar el “rito del tabaco”. Parece algo superior a sus fuerzas. Si, además,
nos encontramos con médicos que nos mandan severamente dejar de fumar mientras
delatan con el olor de su chaqueta que son fumadores empedernidos, su ejemplo
contradice sus recomendaciones, y muchos terminan por pensar: si el mismo
doctor fuma, no será tan grave...
Millones de
vidas humanas pueden salvarse si se promueve, con palabras y con ejemplos, una
campaña profunda contra el tabaquismo. No basta con informar: las campañas
contra el tabaco o contra las drogas basadas sólo en “asustar” a los
adolescentes sobre los peligros futuros dan resultados muy pobres. El
adolescente necesita unir, a la información médica y científica, el apoyo y el
ejemplo de quienes buscan, sinceramente, lo mejor para él y para quienes vivan
a su lado.
Millones de
vidas... y quizá mi propia vida, la vida de mis amigos, de mis familiares, de
mi esposa o de mi esposo, de los hijos, pueden salvarse si cortamos las alas al
vicio del cigarro. Un sacrificio no es difícil si se construye sobre el amor.
Amarse a uno mismo implica evitar pequeños placeres innecesarios que, en el
fondo, van contra mi salud, mi autonomía, mi integridad moral. Amar a los demás
nos lleva a pensar en ellos y en lo mucho que nos quieren a la hora de
renunciar, poco a poco o de una vez para siempre, a ese cigarrillo que me
parecía imprescindible, y que ponía en peligro mi salud y la de quienes vivían
a mi lado.
Si todavía
tenemos una voluntad sana, podemos romper con el tabaco. Tal vez la costumbre
nos ha encadenado al humo, por lo que a veces será necesario recurrir a algún
tratamiento médico para desintoxicarnos y para romper con la dependencia.
Costará, es cierto, pero todo lo que vale cuesta. Lo que consigamos, para
nuestro bien y el de los que amamos de veras, compensará, con creces, todos los
sacrificios realizados. FP
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