Imaginemos que estamos
emprendiendo juntos una expedición. Antes de ponernos a dialogar sobre, por
dónde vamos a ir, hemos de estar de acuerdo sobre, a dónde vamos a ir. Antes de
aventurarnos por los caminos que conducen a la felicidad, nos conviene ver con
claridad en qué consiste la felicidad a la que nos dirigimos. Elemental.
Por eso indagaremos brevemente qué
es la felicidad. Así, conoceremos el objetivo al que nos dirigimos y nos
resultará mucho más sencillo elegir con acierto el camino que nos guiará hasta
él.
Vamos hacia la felicidad
Hay un montón de definiciones
sobre la felicidad. Seguro que cada uno tiene la suya propia. Y más en los días
que corren. Parece que hoy todos gozan del derecho de pensar y opinar sobre lo
que quieran y como les venga en gana. ¡Qué bueno! No puedo decir que esté mal. Pero, oye, esta libertad de pensamiento
o de opinión podría precipitarnos en un subjetivismo tal, que asfixie cualquier
comunicación y estrangule todo diálogo interpersonal. ¿No crees?
Si tú entiendes por felicidad una
cosa y yo otra muy diversa, jamás lograremos comunicarnos ni entendernos sobre
ese tema. Sería como tratar de dialogar con alguien en un idioma que no
entiende. De aquí que gaste ahora un puñado de párrafos en precisar lo que es
la felicidad. Si logramos, por lo
menos, estar de acuerdo en esa definición, nada nos impedirá continuar nuestra
conversación. Estaremos hablando en el mismo idioma.
Definir en base a la experiencia
Supongamos que a ti y a mí nos
encanta practicar el esquí de montaña. Un día decidimos sentarnos a escribir la
definición de ‘esquiar’. Nunca antes lo habíamos hecho. Se nos presentan varias
opciones. Podemos echar mano de un diccionario o enciclopedia, copiar su
significado y basta. Cabría incluso preguntar al profesor de Lengua o a algún
compañero considerado suficientemente ‘empollón’ y tomar nota de sus sabias
palabras (reconociendo, quizá, que ninguno de los dos jamás ha puesto su pie
sobre un esquí).
Bien, pero disponemos también de
nuestra experiencia personal fraguada durante horas y horas de esquí. Esa
experiencia tan nuestra nos ofrece elementos de sobra para construir una
definición de ‘esquiar’. Y seguro que esa definición será tan exacta y real
como la de cualquier enciclopedia. Es más, me atrevería a decir que quizá mucho
más rica, concreta y atractiva.
Te invito, entonces, a recurrir a
nuestra experiencia. A ver qué sacamos en claro...
Nuestra experiencia
Seguro que tanto tú como yo hemos
disfrutado de muchos momentos dichosos en nuestra vida. La felicidad se ha posado en nosotros al
conseguir algo que deseábamos con ansias; al desarrollar una actividad de
nuestro agrado; al amar y recibir amor de otra persona. La dicha se ha dignado tocar las puertas de nuestro
corazón y visitarnos después de aprobar un examen difícil, al sostener en alto
una copa de campeones, al obtener, por fin, un puesto de trabajo...
El gozo ha dejado su huella en
nuestro interior al estrechar la mano amiga de aquel con el que hemos
compartido experiencias inolvidables, al entregar algo de nosotros mismos a los
demás, al dar gracias a Dios de rodillas por su perdón infinito después de una
buena confesión. En cada una de esas
circunstancias (y en otras muchas parecidas) hemos sido realmente dichosos.
Hemos hecho la experiencia de la felicidad. Pues de esa experiencia sacaremos
nuestra definición.
Felicidad es...
Todas esas situaciones felices
encierran un denominador común. Han hecho brotar en nosotros un gozo o placer,
una fruición, quietud o satisfacción que irrumpe en nuestro interior una vez
que obtenemos y amamos algún bien deseado.
Y mira por dónde; con esta simple
reflexión ya tenemos lo que estábamos indagando: la definición de ‘felicidad’.
En una apretada síntesis -fruto, como has visto, de nuestra experiencia-
rezaría así: la felicidad es el gozo (o placer) en la posesión y amor de un
bien deseado.
Fíjate: nos ha bastado husmear un
poco en las alforjas de nuestra memoria y descubrir algo común en unos cuantos
recuerdos personales. Ya hemos sacado a relucir una pasable definición de
felicidad.
Ese sumergirse en el gozo o placer
que experimentamos interiormente al culminar una acción estimada y ansiada, ese
suspenderse en la fruición o deleite que nos invade y se apodera de nosotros
cuando adquirimos y amamos aquello que tanto anhelábamos. Eso es la felicidad.
Pero dejemos que la elocuencia de
los hechos se manifieste y se confirme por sí misma con un ejemplo. Imagina que
un buen día, pasando ante el escaparate de una tienda, tu vista tropieza con
una moto deslumbrante. El último grito de tu marca preferida. Te has quedado
extasiado contemplando ese aparato fenomenal. Experimentas una atracción
irresistible ante tal preciosidad... Mana espontáneamente en ti un deseo
incontenible de llegar un día a hacerte con esa moto que has llegado a querer
de verdad. Supongamos, por un instante, que tiempo después tu sueño se hace
realidad: te has comprado la moto. Sólo entonces, cuando te has montado en la
que ahora ya es tu moto, se aplaca tu deseo. Únicamente ese día vives dentro de
ti la felicidad de poseer y amar el bien que tanto anhelabas. Y esto que nos sucede con una moto, se
aplica igualmente a otras cosas mucho más sublimes e importantes en la vida.
Elementos de la felicidad
Como has podido notar, al definir
la felicidad en base a la experiencia, hemos barajado unos cuantos elementos
esenciales o constitutivos. Sin ellos simplemente la dicha no sería posible.
Con enumerarlos concisamente será suficiente.
El primero es el bien con el que
nos encontramos (una moto, un vestido, o cualquier bien...). Posteriormente
está la atracción que surge en nosotros hacia ese objeto o persona, ya que se
trata de un bien que nos apetece. Luego se despierta en nuestro interior el
deseo de llegar a poseerlo. Y finalmente, alcanzado el bien querido, lo amamos
y como consecuencia de ese amor brota el gozo o placer que nos invade por
dentro empapando toda nuestra persona.
Consten ahí los componentes de
nuestra definición de felicidad. Ahora no hay por qué dar más vueltas a este
asunto. Si estamos de acuerdo con esa definición, nada nos impide proseguir
nuestro coloquio con la certeza de entendernos recíprocamente. MdeA
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