Texto del
Evangelio (Lc 18,9-14): En aquel
tiempo, a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús
les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo,
otro publicano.
»El fariseo,
de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque
no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como
este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis
ganancias’.
»En cambio el
publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de
mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no.
Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será
ensalzado».
«¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí...!»
Comentario:
Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez (Secretario del obispo de Sant Feliu de
Llobregat, España)
Hoy leemos con atención y novedad el Evangelio de
san Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida
para desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la
humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!»: Lc 18,13), y en la
misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el que se ensalce, será humillado;
y el que se humille, será ensalzado»: Lc
18,14).
La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una
necesidad para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora
de Dios en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para
que la Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer
de ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el
amor y la sensatez (cf. 2Tim 1,7).
La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla
en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días,
hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el
ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a
extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se
apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con
falsedad y fraude».
El amor, para mirar con ojos de ternura —es
decir, con la mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos
delante. San Juan Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la
comunión», que —entre otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo
hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser
reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».
Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta
Verdad con el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en
nuestra vida: «Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan Crisóstomo).
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