Texto del
Evangelio (Lc 12,8-12): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo: Por todo el que se declare
por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante
los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado
delante de los ángeles de Dios. A todo el que diga una palabra contra el Hijo
del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no
se le perdonará.
»Cuando os
lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os
preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu
Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir».
«El que se declare por mí ante los
hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él»
Comentario:
Fr. Alexis MANIRAGABA (Ruhengeri, Ruanda)
Hoy, el Señor despierta nuestra fe y esperanza en
El. Jesús nos anticipa que tendremos que comparecer ante el ejército celestial
para ser examinados. Y aquel que se haya pronunciado a favor de Jesús
adhiriéndose a su misión «también el Hijo del hombre se declarará por él» (Lc 12,8). Dicha confesión pública se
realiza en palabras, en actos y durante toda la vida.
Esta interpelación a la confesión es todavía más
necesaria y urgente en nuestros tiempos, en los que hay gente que no quiere escuchar
la voz de Dios ni seguir su camino de vida. Sin embargo, la confesión de
nuestra fe tendrá un fuerte seguimiento. Por tanto, no seamos confesores ni por
miedo de un castigo —que será más severo para los apóstatas— ni por la
abundante recompensa reservada a los fieles. Nuestro testimonio es necesario y
urgente para la vida del mundo, y Dios mismo nos lo pide, tal como dijo san
Juan Crisóstomo: «Dios no se contenta con la fe interior; Él pide la confesión
exterior y pública, y nos mueve así a una confianza y a un amor más grande».
Nuestra confesión es sostenida por la fuerza y la
garantía de su Espíritu que está activo dentro de nosotros y que nos defiende.
El reconocimiento de Jesucristo ante sus ángeles es de vital importancia ya que
este hecho nos permitirá verle cara a cara, vivir con Él y ser inundados de su
luz. A la vez, lo contrario no será otra cosa que sufrir y perder la vida,
quedar privado de la luz y desposeído de todos los bienes. Pidamos, pues, la
gracia de evitar toda negación ni que sea por miedo al suplicio o por
ignorancia; por las herejías, por la fe estéril y por la falta de
responsabilidad; o porque queramos evitar el martirio. Seamos fuertes; ¡el
Espíritu Santo está con nosotros! Y «con el Espíritu Santo está siempre María
(…) y Ella ha hecho posible la explosión misionera producida en Pentecostés» (Papa Francisco).
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