Texto del
Evangelio (Mt 4,12-23): Cuando oyó
que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret, vino a
residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; para que
se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón, tierra de
Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo
que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje
de sombras de muerte una luz les ha amanecido». Desde entonces comenzó Jesús a
predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado».
Caminando por
la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su
hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice:
«Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando
las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago
el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo
arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su
padre, le siguieron. Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas,
proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia
en el pueblo.
«Recorría Jesús toda Galilea»
Comentario:
Rev. D. Josep RIBOT i Margarit (Tarragona, España)
Hoy, Jesús nos da una lección de ‘santa
prudencia’, perfectamente compatible con la audacia y la valentía. En efecto,
Él —que no teme proclamar la verdad— decide retirarse, al conocer que —tal como
ya habían hecho con Juan Bautista— sus enemigos quieren matarlo a Él: «Sal y
vete de aquí, porque Herodes quiere matarte» (Lc 13,31). —Si a quien pasó haciendo el bien, sus detractores
intentaron dañarle, no te extrañe que también tú sufras persecuciones, como nos
anunció el Señor.
«Cuando oyó que Juan había sido entregado, se
retiró a Galilea» (Mt 4,12). Sería imprudente
desafiar los peligros sin un motivo proporcionado. Solamente en la oración
discernimos cuándo el silencio o inactividad —dejar pasar el tiempo— son
síntomas de sabiduría, o de cobardía y falta de fortaleza. La paciencia,
ciencia de la paz, ayuda a decidir con serenidad en los momentos difíciles, si
no perdemos la visión sobrenatural.
«Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus
sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y
toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23).
Ni las amenazas, ni el miedo al qué dirán o las posibles críticas pueden
retraernos de hacer el bien. Quienes estamos llamados a ser sal y luz,
operadores del bien y de la verdad, no podemos ceder ante el chantaje de la
amenaza, que tantas veces no pasará de ser un peligro hipotético o meramente
verbal.
Decididos, audaces, sin buscar excusas para postergar
la acción apostólica para ‘después’. Dicen que «el ‘después’ es el adverbio de
los vencidos». Por eso, san Josemaría recomendaba «una receta eficaz para tu espíritu
apostólico: planes concretos, no de sábado a sábado, sino de hoy a mañana
(...)».
Cumplir la voluntad de Dios, ser justos en
cualquier ambiente, y seguir el dictamen de la conciencia bien formada exige
una fortaleza que hemos de pedir para todos, porque el peligro de la cobardía
es grande. Pidamos a nuestra Madre del Cielo que nos ayude a cumplir siempre y
en toda la voluntad de Dios, imitando su fortaleza al pie de la Cruz.
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