Cuando
Jesús se entera de que el Bautista ha sido encarcelado, abandona su aldea de
Nazaret y marcha a la ribera del lago de Galilea para comenzar su misión. Su
primera intervención no tiene nada de espectacular. No realiza un prodigio.
Sencillamente, llama a unos pescadores que responden inmediatamente a su voz:
“Seguidme”.
Así
comienza el movimiento de seguidores de Jesús. Aquí está el germen humilde de
lo que un día será su Iglesia. Aquí se nos manifiesta por vez primera la
relación que ha de mantenerse siempre viva entre Jesús y quienes creen en él.
El cristianismo es, antes que nada, seguimiento a Jesucristo.
Esto
significa que la fe cristiana no es sólo adhesión doctrinal, sino conducta y
vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Creer en Jesucristo es vivir su
estilo de vida, animados por su Espíritu, colaborando en su proyecto del reino
de Dios y cargando con su cruz para compartir su resurrección.
Nuestra
tentación es siempre querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo
nuestra fe a una afirmación dogmática o a un culto a Jesús como Señor e Hijo de
Dios. Sin embargo, el criterio para verificar si creemos en Jesús como Hijo
encarnado de Dios es comprobar si le seguimos sólo a él.
La
adhesión a Jesús no consiste sólo en admirarlo como hombre ni en adorarlo como
Dios. Quien lo admira o lo adora, quedándose personalmente fuera, sin descubrir
en él la exigencia a seguirle de cerca, no vive la fe cristiana de manera
integral. Sólo el que sigue a Jesús se coloca en la verdadera perspectiva para
entender y vivir la experiencia cristiana de forma auténtica.
En
el cristianismo actual vivimos una situación paradójica. A la Iglesia no sólo
pertenecen los que siguen o intentan seguir a Jesús, sino, además, los que no
se preocupan en absoluto de caminar tras sus pasos. Basta estar bautizado y no
romper la comunión con la institución, para pertenecer oficialmente a la
Iglesia de Jesús, aunque jamás se haya propuesto seguirle.
Lo
primero que hemos de escuchar de Jesús en esta Iglesia es su llamada a seguirle
sin reservas, liberándonos de ataduras, cobardías y desviaciones que nos
impiden caminar tras él. Estos tiempos de crisis pueden ser la mejor
oportunidad para corregir el cristianismo y mover a la Iglesia en dirección
hacia Jesús.
Hemos
de aprender a vivir en nuestras comunidades y grupos cristianos de manera
dinámica, con los ojos fijos en él, siguiendo sus pasos y colaborando con él en
humanizar la vida. Disfrutaremos de nuestra fe de manera nueva. JAP
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