Cuando nuestro
corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda
nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio,
seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No
nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra
pequeña felicidad.
Otras veces
nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de
quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que
enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia
vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo,
confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe.
Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos
ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro
nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie.
Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha
sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que
nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error
ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada
en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia
responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para
encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que
llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más
arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar
cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y
su justicia.
La fe no crea
hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los
creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y
conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que
los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos. JAP
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos. JAP
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