Obispo, 04 de
Julio
Elogio: En el
monasterio de Hautecombe, junto al lago de Burget, en Saboya, inhumación del
beato Bonifacio, obispo, que, de estirpe regia, se retiró primero a una
Cartuja, y elevado después a la sede episcopal de Belley y finalmente a la de
Canterbury, en ambos lugares se entregó asiduamente al cuidado de su grey.
Bonifacio de
Saboya, cuadragésimo sexto arzobispo de Canterbury, pertenecía a la familia de
los duques de Saboya y era nieto del beato Humberto de Saboya. Su gran
atractivo físico le valió el título de «el Absalón de Saboya». Según se dice,
era uno de los caballeros más destacados de su tiempo, aunque el cronista
inglés Wykes afirma que «no era muy letrado». Bonifacio ingresó a temprana edad
en la Gran Cartuja de las cercanías de Grenoble, deseoso de consagrarse a la
oración y el estudio. Pero, antes de terminar el noviciado, fue nombrado
superior de Mantua, muy contra su voluntad. Era apenas subdiácono cuando fue
elegido administrador de la diócesis de Belley de Borgoña y, siete años
después, ocupó el mismo puesto en la diócesis de Valence.
En 1241,
falleció el arzobispo de Canterbury, san Edmundo. La reina Eleonor, esposa de
Enrique III, que era tía de Bonifacio, empleó su influencia para que su sobrino
fuese elegido arzobispo. Debido a la muerte inesperada de dos Papas, la
elección no fue confirmada sino hasta 1243. El nuevo arzobispo llegó a
Inglaterra al año siguiente. Su arquidiócesis estaba cargada de deudas, ya que
durante el gobierno de san Edmundo se le habían confiscado algunas de sus
rentas. La primera medida del beato Bonifacio fue hacer todas las economías
posibles: abolió todas las sinecuras y oficios superfluos y ordenó al clero y a
los beneficiados que ayudasen a pagar las deudas de la arquidiócesis.
Generalmente, aquéllos que reducen los gastos y combaten los intereses creados,
son muy poco populares y Bonifacio no constituyó una excepción a la regla. En
1244, asistió al Concilio de Lyon y ahí fue consagrado obispo.
A su vuelta a
Inglaterra, se instaló en Canterbury. Poco después, hizo una visita a su
diócesis, en la que corrigió los abusos y aligeró los impuestos. Pero, en
cuanto trató de visitar las diócesis de sus sufragáneos, encontró una violenta
oposición. El deán y el capítulo de San Pablo de Londres pretendían que sólo el
obispo de Londres tuviera derecho a hacer la visita canónica. En el convento de
San Bartolomé el Grande, donde el beato se presentó al día siguiente, el
subprior y los canónigos se mostraron dispuestos a recibirle como prelado, pero
no como visitador; declararon simplemente que dependían de la jurisdicción de
su propio obispo y que, sin permiso suyo, no podían someterse a la jurisdicción
de ningún otro. Según se dice, el arzobispo, lleno de indignación, derribó de
un golpe al subprior, y ello provocó una verdadera batalla. Bonifacio salió de
ella con los vestidos desgarrados, debajo de los cuales llevaba, según
afirmaron sus acusadores, una cota de malla. Gracias a la ayuda de su guardia
personal, pudo huir en una barca a Lambeth, donde excomulgó al obispo de
Londres y al clero de San Bartolomé. En cuanto anunció su intención de hacer
una visita a San Albán, los sufragáneos se reunieron y determinaron oponerle
resistencia. El clero se ofreció a pagar los gastos del proceso contra
Bonifacio en Roma. Informado de ello, decidió adelantárseles y partió a Roma;
pero su apelación tuvo éxito sólo en parte. El Papa Inocencio IV le autorizó a
continuar la visita de las diócesis, pero en forma muy restringida, y le obligó
a levantar las excomuniones que había lanzado.
El rey Enrique
profesaba gran estima a Bonifacio; en una ocasión, le nombró regente durante su
ausencia y, en otra, le pidió que le acompañase a Francia a unas negociaciones
delicadas. Los paisanos del beato le apreciaban más que los ingleses; durante
la minoría de edad del sucesor de Amadeo IV, estallaron en Saboya graves
disensiones y Bonifacio consiguió restablecer la paz. Murió en el castillo de
Sainte-Héléne des Milliéres, durante una visita que hizo a su país natal. Fue
sepultado con sus antepasados en el monasterio cisterciense de Hautecombe.
Los cronistas
ingleses juzgan de diferentes maneras a Bonifacio, pero ninguno niega su pureza
de vida y su extraordinaria bondad con los pobres. Un escritor moderno ha dicho
que, en los veinticinco años de su gobierno, Bonifacio hizo tres cosas
ciertamente buenas: pagó una enorme deuda, construyó y dotó un hospital en
Maidstone y edificó el gran salón del Palacio de los Arzobispos. Su culto, muy
extendido en Saboya, fue aprobado por Gregorio XVI en 1838, a instancias del
rey Carlos Alberto, debido a la veneración que el pueblo cristiano le profesaba
desde tiempo inmemorial. La fiesta del beato se celebra en los monasterios de
los cartujos, en Saboya y Cerdeña.
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