Texto del
Evangelio (Mt 9,14-17): En aquel
tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y
los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso
los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un
remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del
vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en
pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama,
y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos
nuevos, y así ambos se conservan».
«Días vendrán en que les será
arrebatado el novio; entonces ayunarán»
Comentario:
Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España)
Hoy notamos cómo con Jesús comenzaron unos
tiempos nuevos, una doctrina nueva, enseñada con autoridad, y cómo todas las
cosas nuevas chocaban con la praxis y el ambiente dominante. Así, en las
páginas que preceden al Evangelio que estamos contemplando, vemos a Jesús
perdonando los pecados al paralítico y curando su enfermedad, mientras que los
escribas se escandalizan; Jesús llamando a Mateo, cobrador de impuestos y
comiendo con él y otros publicanos y pecadores, y los fariseos “subiéndose por
las paredes”; y en el Evangelio de hoy son los discípulos de Juan quienes se
acercan a Jesús porque no comprenden que Él y sus discípulos no ayunen.
Jesús, que no deja nunca a nadie sin respuesta,
les dirá: «¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el
novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio;
entonces ayunarán» (Mt 9,15). El
ayuno era, y es, una praxis penitencial que contribuye a «adquirir el dominio
sobre nuestros instintos y la libertad del corazón» (Catecismo de la Iglesia, n. 2043) y a impetrar la misericordia
divina. Pero en aquellos momentos, la misericordia y el amor infinito de Dios estaban
en medio de ellos con la presencia de Jesús, el Verbo Encarnado. ¿Cómo podían
ayunar? Sólo había una actitud posible: la alegría, el gozo por la presencia
del Dios hecho hombre. ¿Cómo iban a ayunar si Jesús les había descubierto una
manera nueva de relacionarse con Dios, un espíritu nuevo que rompía con todas
aquellas maneras antiguas de hacer?
Hoy Jesús está: «Yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20),
y no está porque ha vuelto al Padre, y así clamamos: ¡Ven, Señor Jesús!
Estamos en tiempos de expectación. Por esto, nos
conviene renovarnos cada día con el espíritu nuevo de Jesús, desprendernos de
rutinas, ayunar de todo aquello que nos impida avanzar hacia una identificación
plena con Cristo, hacia la santidad. «Justo es nuestro lloro —nuestro ayuno— si
quemamos en deseos de verle» (San
Agustín).
A Santa María le suplicamos que nos otorgue las
gracias que necesitamos para vivir la alegría de sabernos hijos amados.
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