Dejadlos
crecer juntos.
Vivimos
en una sociedad caracterizada por lo que algunos autores llaman «la diseminación
religiosa». Podemos encontrarnos con creyentes piadosos y con ateos
convencidos, con personas indiferentes a lo religioso y con adeptos a nuevas
religiones y movimientos, con gente que cree vagamente en «algo» y con
individuos que se han hecho una «religión a la carta» para su uso particular,
con personas que no saben si creen o no creen y con personas que desean creer y
no saben cómo hacerlo.
Sin
embargo, aunque vivimos juntos y mezclados, y nos encontramos diariamente en el
trabajo, el descanso y la convivencia, lo cierto es que sabemos muy poco de lo
que realmente piensa el otro acerca de Dios, de la fe o del sentido último de
la vida. A veces ni las parejas conocen el mundo interior del otro. Cada uno
lleva en su corazón cuestiones, dudas, incertidumbres y búsquedas que no
conocemos.
Entre
nosotros se llama «increyentes» a los que han abandonado la fe religiosa. No
parece un término muy adecuado. Es cierto que estas personas han abandonado
«algo» que un día vivieron, pero su vida no se asienta en ese rechazo o
abandono. Son personas que viven de otras convicciones, difíciles a veces de
formular, pero que a ellas les ayudan a vivir, luchar, sufrir y hasta morir con
un determinado sentido. En el fondo de cada vida hay unas convicciones,
compromisos y fidelidades que dan consistencia a la persona.
No
es fácil saber cómo Dios se abre hoy camino en la conciencia de cada uno. La
«parábola del trigo y la cizaña» nos invita a no precipitarnos. No nos toca a
nosotros identificar a cada individuo. Menos aún excluir y excomulgar a quienes
no se identifican en el «ideal de cristiano» que nosotros nos fabricamos desde
nuestra manera de entender el cristianismo y que, probablemente, no es tan perfecta
como nosotros pensamos.
«Sólo
Dios conoce a los suyos» decía san Agustín. Sólo él sabe quién vive con el
corazón abierto a su Misterio, quién responde a su deseo profundo de paz, amor
y solidaridad entre los hombres. Los que nos llamamos «cristianos» hemos de
estar atentos a los que se sitúan fuera de la fe religiosa, pues Dios está
también vivo y operante en sus corazones. Descubriremos que hay en ellos mucho
de bueno, noble y sincero. Descubriremos, sobre todo, que Dios puede ser
buscado siempre por todos. JAP
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