Me pregunto si el dolor y el miedo de estos meses serán suficientes
para que el cambio ocurra, o nos ganará una vez más la pereza de saltar a los
sueños. Me pregunto y aún no hay respuesta.
Relato de una mujer en tiempos de pandemia:
“A los diez días de cuarentena abrí una bitácora donde empecé a
escribir lo que quería y sentía. Miedos, angustias, todo lo que era importante
y no quería olvidarme cuanto todo esto pase. Sentía que era una posibilidad de
aprender y tenía una extraña sensación que de esta cuarentena iba a salir
modificada. Soñaba mucho más vívido, y registraba todo esto. Era una conexión
conmigo misma que hacía mucho no tenía. Todavía estamos lejos de la salida del
túnel pero ya la
cuarentena se transformó en zona de confort. Y todo lo que escribí ya me lo empiezo a olvidar. ¿Será que sin
salir de la pandemia ya se me paso el susto y voy a volver a lo mismo de antes?
¿Será que no va a cambiar nada cuando esto termine?"
Todos en estos meses hemos armado una especie de ‘muro de los
deseos’ y ponemos allí lo que queremos cambiar de aquí en más. ¿Será así?
¿Haremos la diferencia? ¿O volveremos a ser los mismos de antes?
Los seres humanos tenemos la extraña y poco afortunada habilidad de
sentir que precisamos cambiar cuando estamos bajo presión, asustados, con
emociones batiendo alas a un ritmo más alto de lo que podemos sostener. En
momentos de angustia y en situaciones difíciles nos
prometemos y nos convencemos de que todo va a ser distinto, que
ya aprendimos y entendimos. Pero (siempre hay un pero), luego se nos va el
miedo, la angustia desaparece, nos relajamos y nos mantenemos en la misma
baldosa. La pandemia será historia cercana dentro de unos años.
De todas formas, los que somos parte de esta historia tendremos
cicatrices, que solo el tiempo dirá cuán profundas son. La memoria de los seres
humanos se acomoda peligrosamente a las zonas de
confort, a las conveniencias y a la premisa de resguardarse del
miedo y el dolor como consecuencia del sufrir.
‘La
cuarentena se transformó en mi zona de confort’: cómo no olvidar los deseos de
cambio personal
Para que el cambio
ocurra precisamos:
*
La
motivación suficiente. Tiene que ser desde adentro la necesidad de
cambio. No alcanza intentarlo para hacer felices a quienes nos quieren. No se
sostiene en el tiempo cuando es así. Debe haber conciencia de problema como
trampolín a un proceso genuino de modificarlo.
*
Motivos
y causas para hacer el esfuerzo. Debemos
tener claros los ‘porqués’ y estos deben poder compensar el esfuerzo que toda
modificación sustancial en nuestras vidas (hábitos, costumbres y mundo
afectivo) trae aparejado. Siempre que cambiamos algo queda afuera y algo nuevo
entra, la balanza tiene que dar positivo en nuestras mentes para que el
esfuerzo valga la pena.
* Recursos
materiales y emocionales para
emprender el proceso de cambio: Tienen que ser cambios realistas y posibles,
sino la frustración derrumbará cualquier intento sostenido. Si alguien
piensa ‘preciso dejar de trabajar un tiempo para dedicarme más a mí’ y no
tiene recursos económicos para sostenerse en ese período, inútil es siquiera
intentarlo. Sí es posible (e imprescindible diría) ver la distancia entre
ideal y posible para tratar de achicarla al mínimo. Siempre podemos un poco más
de lo que creemos poder. Y en ese terreno está la posibilidad de mover algo en
nuestras vidas.
*
Valentía
para afrontarlo. La cobardía es permanecer en situaciones
conocidas pero que no nos hacen felices. Ser valientes es animarnos a lo
diferente que nos acerca a nuestros deseos y proyectos, alejándonos de mandatos
y viejos fracasos que aún duelen.
*
Paciencia
y umbral de frustración suficientes para
soportar los vaivenes y traspiés que toda decisión de que algo diferente suceda
lleva consigo. Este punto es clave. En el reino de la inmediatez ningún proceso
de cambio se da del día a la mañana. Lleva tiempo, y es tiempo en el que
deberemos sostener la convicción de que queremos lograr nuestro propósito. Nos
conformamos y autoconvencemos fácilmente de que no es tan necesario hacer el
esfuerzo por algo distinto. Dice el fumador “de algo hay que morir”.
Dicen los amantes infelices “esto
es lo que me ha tocado, es mi destino”. Y
así vamos encontrando tristes consuelos a realidades que, sin saberlo, dependen
de nosotros, solamente de nosotros. Somos animales de costumbre y eso no es una
virtud precisamente.
En mi caso personal, y hace ya varios años, venía autojustificando
mi pereza deportiva amparado en un clásico y top one a la hora de las excusas: “No tengo tiempo”.
Fui a ver a mi médico clínico de cabecera de toda la
vida (conocedor de mis mañas), le llevé mis estudios de laboratorio y me
dice: “Nada demasiado grave, tenés muchos valores al límite. Tendrías que
acomodar la dieta y hacer actividad física, pero como nunca te hacés el tiempo
no te preocupes, tenemos una buena unidad coronaria.
Nos vemos ahí en unos años”. Se levantó, me dio la mano, y llamó a
Gómez, no me olvido jamás.
Y de repente, tuve tiempo, mucho tiempo.
Fui a un gimnasio, pagué un año por adelantado, y en 6 meses
hice lo que en años no había decidido. Estaba asustado,
pero desafortunadamente se me pasó el susto y volví a la fase inicial hasta que
llegó el próximo susto, en plena lucha con mis contradicciones.
Trabajo en mis charlas un video que recomiendo plenamente: “Te
atreves a soñar” es su nombre. Habla de la
zona de confort (aquel lugar, situación o vínculos en los
que nos sentimos cómodos). Puede ser bueno o malo pero no deja de ser
limitante, nos acota nuestro universo.
Del otro lado, la zona mágica, lugar de
reservorio del tesoro de los sueños, reino de las utopías, que como decía
Galeano, sirven para caminar.
El tránsito entre ambos el viaje está condicionado a que nos
atrevamos a cruzar la zona de pánico, centro de
condensación de los miedos inevitables que provoca dejar la situación de
comodidad para enfrentar las dificultades de intentar abordar nuestras
pasiones.
Si nos sobreponemos a los miedos agrandaremos la zona de confort y
podremos crecer, dar un paso más hacia lo que realmente queremos y a menudo no
nos animamos. Lo conocido tranquiliza, lo nuevo siempre, siempre asusta.
Si logramos este cometido, ampliaremos nuestra zona de confort y seremos más
sabios y libres.
“Éramos tan felices que no nos
dábamos cuenta”
En estos meses todos extrañamos algo: los abrazos, el poder
circular con libertad, viajar de un punto a otro, poder
rascarnos la nariz cuando nos pica, trabajar libremente.
En estos meses todos tenemos miedos: a la muerte, a que se
enferme alguien querido, a que nuestros padres y abuelos enfermen de Covid, a
la soledad, al encuentro con nosotros mismos, miedos y más miedos.
En estos meses todos prometimos cambiar algo: en un vivo en
Instagram pedí a la gente que estaba participando que hagan lluvia de ideas con
esto. Recibí mensajes plenos de lucidez y deseos que ojalá puedan ser
realidad. Me hablaban de cambiar: la pereza, la soberbia, la cobardía, menos
WhatsApp y más mirarse a los ojos. Menos trabajo y más tiempo con los
hijos. Dejarse querer, dejar de temer, escuchar las voces de los deseos y no la
de los miedos. Aceptarse sin culpas, ser protagonista y no espectadores de la
propia vida. Poder soltar lo que no hace bien (esos complejos verbos nuevos).
Perder el miedo a decir lo que duele, buscar la pasión. Y muchas más.
Hermosos deseos que pueden ser como la canción ‘deseos de cosas
imposibles’, o ser la antesala de la concreción de todos y cada uno de
ellos.
Digo, la pandemia no es una buena noticia, pero
algo de lo que estamos entendiendo en estos días
deberá quedar en nuestra memoria cuando se nos pase la emoción que nos gobierna
hoy. Quisiera que sostengamos este valorar el contacto con el otro.
Esta empatía que en muchos casos se ha despertado.
He visto mucha gente joven llevando bolsas de compra de personas
mayores, veo una ciudad un poco más amable y respetuosa de la que había antes.
También mucho imbécil fumando sin tapaboca en la vía
pública (despreciando vida propia y ajena), pero son los menos. También
señales que preocupan. ¿Ya no agradecemos a los trabajadores de salud? A las
21, sólo aplausos aislados. Me entristece y no me sorprende. Cuidémonos
del olvido, no es un buen aliado de la salud de los pueblos.
Vivíamos antes del coronavirus en otra pandemia, quizás sin
saberlo.
Pandemia de soledades: en tiempos de hiperconectividad,
monitores encendidos y miradas apagadas. Refugiados cada uno y cada quien en la
anestesia de los tiempos líquidos, esquivando el encuentro genuino con el otro,
y consigo mismo. Atareados por la urgencia, descuidando lo
importante. Sin tiempo.
Hoy la pandemia nos da tiempo y podremos entender que el tiempo es
nuestro. Son decisiones.
Podemos en la salida de la pandemia, salir
de nuestra propia cuarentena, esa en la que vivíamos sin quizás
darnos cuenta. O podemos también regresar y retroceder (planteándolo en
términos epidemiológicos tan familiares en estos tiempos) a nuestra propia Fase
1.
Quizás, solo quizás, algunos de todos nosotros, dejemos estos
tiempos de angustia, incertidumbre y dolor con un aprendizaje que nos
modifique, entonces algo de todo esto habrá valido simplemente la pena. Podré
ser un soñador, pero no soy el único…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario