Mateo
introduce su relato diciendo que Jesús, al ver el gentío que lo ha seguido por
tierra desde sus pueblos hasta aquel lugar solitario, «se conmovió hasta las entrañas».
No es un detalle pintoresco del narrador. La compasión hacia esa gente donde
hay muchas mujeres y niños, es lo que va a inspirar toda la actuación de Jesús.
De
hecho, Jesús no se dedica a predicarles su mensaje. Nada se dice de su
enseñanza. Jesús está pendiente de sus necesidades. El evangelista solo habla
de sus gestos de bondad y cercanía. Lo único que hace en aquel lugar desértico
es «curar» a los enfermos y «dar de comer» a la gente.
El
momento es difícil. Se encuentran en un lugar despoblado donde no hay comida ni
alojamiento. Es muy tarde y la noche está cerca. El diálogo entre los
discípulos y Jesús nos va revelar la actitud del Profeta de la compasión: sus
seguidores no han de desentenderse de los problemas materiales de la gente.
Los
discípulos le hacen una sugerencia llena de realismo: «Despide a la multitud»,
que se vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús reacciona de manera
inesperada. No quiere que se vayan en esas condiciones, sino que se queden
junto a él. Esa pobre gente es la que más le necesita. Entonces les ordena lo
imposible: «Dadles vosotros de comer».
De
nuevo los discípulos le hacen una llamada al realismo: «No tenemos más que
cinco panes y dos peces». No es posible alimentar con tan poco, el hambre de
tantos. Pero Jesús no los puede abandonar. Sus discípulos han de aprender a ser
más sensibles a los sufrimientos de la gente. Por eso, les pide que le traigan
lo poco que tienen.
Al
final, es Jesús quien los alimenta a todos y son sus discípulos los que dan de
comer a la gente. En manos de Jesús lo poco se convierte en mucho. Aquella
aportación tan pequeña e insuficiente adquiere con Jesús una fecundidad
sorprendente.
No
hemos de olvidar los cristianos que la compasión de Jesús ha de estar siempre
en el centro de su Iglesia como principio inspirador de todo lo que hacemos.
Nos alejamos de Jesús siempre que reducimos la fe a un falso espiritualismo que
nos lleva a desentendernos de los problemas materiales de las personas.
En
nuestras comunidades cristianas son hoy más necesarios los gestos de
solidaridad que las palabras hermosas. Hemos de descubrir también nosotros que
con poco se puede hacer mucho. Jesús puede multiplicar nuestros pequeños gestos
solidarios y darles una eficacia grande. Lo importante es no desentendernos de
nadie que necesite acogida y ayuda. JAP
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