Los niños suelen ser ocurrentes, ven las cosas
desde un punto de vista especial. La sencillez creo que es una de sus
características más admirables. ¿Quién no ha sido cuestionado por algún
pequeñín y se ha quedado sin palabras al darse cuenta de que no sabe cómo responder
a tan sencilla pregunta?
Y de ellos se pueden sacar grandes lecciones. Una
de ellas la aprendí de una historia contada en un libro titulado: ‘Ten un poco
de fe’, donde Mitch Albom, el autor, narra los encuentros que tuvo con su
antiguo rabino, Albert Lewis, años antes de morir. En el libro, Mitch rescata
una de las historias que contó el Rebe (como él lo llamaba) en un sermón de
1958. Me permito compartirla con ustedes:
Una niña pequeña volvió de la escuela con un dibujo
que había hecho en clase. Entró dando saltos a la cocina, donde su madre estaba
preparando la cena.
– ¿Sabes
qué, mamá? –gritó la niña agitando el dibujo.
Su madre no levantó la mirada.
– ¿Qué? ––le dijo, mientras se ocupaba de las
cazuelas.
– ¿Sabes
qué? ––repitió la niña agitando el dibujo.
– ¿Qué? ––volvió a decir la madre atareada con los
platos.
– No me
estás escuchando, mamá.
– Sí, mi vida, claro que te escucho.
– No,
mamá ––repuso la niña––, no me estás escuchando con los ojos.
Para esta niña escuchar no significaba oír,
significaba poner atención.
Era muy sencillo: ‘si no me ve, no me escucha’.
¿A quién de nosotros no le es difícil platicarle
algo a alguien sin que ésta nos voltee a ver?
¿O peor aún, cuando ésta viendo su celular?
Hoy en día es muy difícil escuchar correctamente al otro
porque escuchar implica tiempo, implica dejar lo que estoy haciendo para
centrar mi atención en el otro; implica dejar mi egoísmo, salir de mí mismo para ir al encuentro del otro.
Escuchar es permitir que la otra persona comparta
algo de ella: alguna experiencia, alguna idea, alguna vivencia, volviéndonos
parte de su vida.
Cuando realmente se disfruta una canción es cuando
se le pone atención, cuando uno se concentra para poder escucharla, para poder
sentir con ella. Así pasa en una conversación; cuando las personas están
atentas a lo que el otro dice, a lo que el otro está compartiendo, es cuando
las conversaciones se gozan.
Las relaciones personales que desarrollamos en
nuestra vida se fundan básicamente en esto: escuchar y compartir. Creo que el
hecho de que los humanos tengamos dos oídos y solo una boca, es muy
significativo. Además, ahí está la alegría, en abrirnos a los demás, en
atenderles y ayudarles.
Me llama la atención que sean los niños, los más
pequeños de la sociedad, los que nos hacen ver las cosas de la manera en que
son: sencillas. “No, mamá, no me estás
escuchando con los ojos”. EOCh
Luis, excelente apreciación, cuántas veces hablamos a alguien y sabemos que no nos escucha con atención. Es frustrante.
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