‘Cerrar la brecha de atención’ fue el lema adoptado el 4 de febrero
pasado para conmemorar el Día Mundial contra el Cáncer, con el objetivo de
fortalecer los mecanismos para un mejor acceso a la información, diagnóstico y
tratamientos en torno a este conjunto de enfermedades caracterizadas por el
crecimiento descontrolado de células en casi cualquier órgano o tejido del
cuerpo.
La consigna vuelve a tomar protagonismo el 31 de marzo, fecha elegida
como Día Mundial contra el Cáncer de Colon, teniendo en cuenta que esta dolencia en particular
tiene un aspecto positivo del que la comunidad global puede y debe sacar
ventaja: una lenta progresión que permite, en más del 90% de los casos, no ya
curarse, sino directamente evitar su desarrollo y aparición.
De la mano del Proyecto de Unidad Ejecutora (PUE) titulado ‘La
inflamación intestinal crónica de bajo grado como estadio inicial del cáncer de
colon: estudio del rol de la microbiota, búsqueda de biomarcadores y desarrollo
de estrategias de intervención preventivas’, cuatro grupos de investigación del
Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP,
CONICET-UNLP-asociado a CICPBA) amalgamaron su pericia y líneas de trabajo para
llegar a los orígenes más incipientes del cáncer colorrectal, una enfermedad
cuyo lado más oscuro se plasma en las estadísticas que lo sitúan entre los de
mayor frecuencia en la población mundial. Argentina no escapa a esta realidad:
es el segundo en incidencia -detrás del de mama- con 15.895 casos por año.
Como su nombre lo indica, este tipo de cáncer se sitúa en el intestino
grueso (colon y recto) y en el 80% de los casos comienza con la aparición de
pólipos -una pequeña acumulación de células en el revestimiento interno-
llamados adenomas que pueden crecer durante más de 10 años y transformarse en
un tumor maligno. «El tiempo de desarrollo es muy lento, por eso se insiste
tanto en los estudios de detección temprana, que permiten localizar ese tejido
y extirparlo inmediatamente, dejando al paciente libre de riesgo», explicó
Cecilia Muglia, investigadora del CONICET en el IIFP y una de las participantes
del proyecto que busca, precisamente, identificar señales prematuras que
sugieran la formación de pólipos, pero mucho antes de que estos siquiera
existan como tales.
Un factor de riesgo que en muchos casos predispone a la aparición de
pólipos es la enfermedad inflamatoria intestinal (EII), una afección crónica
que puede ser principalmente de dos tipos: Enfermedad de Crohn o colitis
ulcerosa. Cualquiera de estas condiciones genera un ambiente favorable para la
mutación de células, que luego se puede combinar -o no, depende de cada
persona- con hábitos de vida, alimentación o antecedentes familiares que
aumenten las posibilidades de padecer este cáncer. Gracias a una colaboración
con el Hospital Italiano de La Plata, el IIFP recibe muestras de sangre,
materia fecal y biopsias -tejidos de 3 milímetros- de pólipos o lesiones
intestinales de pacientes que se atienden allí, lo cual permite hacer un
seguimiento exhaustivo con todas las variables involucradas a lo largo del tiempo.
«Lo valioso es poder observar qué pasa, por ejemplo, con un paciente en
cuya primera colonoscopía de rutina no apareció nada, pero al repetirla después
de unos años ya tiene una pequeña lesión que puede progresar a un pólipo; es
ahí donde hay que buscar los rastros aparentemente imperceptibles de esa
evolución», señaló Renata Curciarello, investigadora del CONICET en el IIFP. El
trabajo consiste, entonces, en correlacionar los valores que arrojan los
análisis de sangre con lo observado a nivel del tejido, y esto a su vez con la
microbiota presente en la materia fecal, ya que «el cáncer colorrectal está
asociado a la presencia de ciertas bacterias que son normales en el intestino
pero que, cuando están aumentadas producto de un desbalance, podrían contribuir
a un ambiente inflamatorio que a su vez favorecería la transformación celular»,
describió Muglia.
La lupa, en este punto, está puesta a nivel molecular, con prometedoras
expectativas de encontrar biomarcadores -sustancias que se utilizan como indicadoras
de un estado biológico- para predecir con la mayor anticipación posible cuándo
un intestino tiene indicios de futuras lesiones compatibles con cáncer
colorrectal. «Además de observar los cambios en los distintos tipos de células,
nos concentramos en los micro ARNs, pequeñas moléculas que modifican la
expresión de genes, buscando advertir cambios; concretamente, cuán aumentadas o
disminuidas aparecen de acuerdo a los estados inflamatorios de las muestras,
para poder trazar un patrón que nos sirva como señalador de aquellos casos que
con más seguridad vayan a desarrollar un tumor», apuntó Curciarello.
«Idealmente -coinciden las expertas- estos estudios aspiran a contribuir a
futuro con el desarrollo de terapias génicas, que con el silenciamiento de un gen
puedan frenar la transformación de determinadas células».
Otra de las aristas que en paralelo aborda el proyecto es la puesta a
punto de un modelo animal para estudiar la EII y los factores que predisponen a
la aparición de lesiones y, posteriormente, de un tumor en esa región, como así
también para poder probar procedimientos eventualmente terapéuticos. David
Romanin, investigador del CONICET y responsable de esta parte del estudio,
explicó: «Para emular la condición multifactorial del cáncer, trabajamos con
ratones en los que inducimos la inflamación mediante la administración en el
agua de bebida de pequeñas dosis de un detergente que causa irritación de las
mucosas y del tracto digestivo. Luego, se introduce mediante inyección y por
única vez, una molécula muy pequeña que genera modificaciones químicas en el
ADN que predisponen a las mutaciones, las que a su vez pueden dar lugar a la
proliferación de células anormales».
Estas dos condiciones recreadas artificialmente -predisposición genética
y alimentación como factor ambiental-, contribuyen a la formación de pólipos,
para a partir de allí ensayar la aplicación de distintas estrategias de
intervención que podrían derivar en tratamientos preventivos. Una de ellas
utiliza microorganismos probióticos, es decir, que al consumirlos traen
beneficios a la salud: concretamente levaduras aisladas del kéfir, un producto
lácteo fermentado. «Como tienen capacidad antiinflamatoria, nosotros ya las
hemos probado en modelos de otras patologías de intestino, como colitis
ulcerosa, por ejemplo, y sabemos que ejercen un efecto protector contra la
inflamación. Nuestra hipótesis de trabajo es que, con estas mismas levaduras
antiinflamatorias, podríamos prevenir la formación de los pólipos», explicó
Romanin.
Si bien los ensayos están en pleno desarrollo y llevan mucho tiempo, los
primeros resultados ya muestran una clara disminución en la incidencia de la
formación de pólipos en los ratones que ingieren las levaduras en una gelatina
frente a los que no, evidenciando un efecto preventivo que de algún modo
contrarresta la inflamación intestinal. Los trabajos descriptos se desarrollan
en permanente interrelación con otros que se concentran específicamente en el
comportamiento celular, y entre todos dan forma a este proyecto de gran
envergadura que busca con ahínco desandar por completo el camino del cáncer
colorrectal y sacarle a la enfermedad unas cuantas vidas de ventaja. BP
No hay comentarios.:
Publicar un comentario