Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus
padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe.
Quizás la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla:
¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el creer o no creer? ¿Sirve la fe
realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a
poco han arrinconado a Dios de su vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en
absoluto para ellos a la hora de orientar y dar sentido a su vivir cotidiano.
Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el
fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Les parece
todo ello un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentar la vida
sobre unas bases más realistas.
Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin Él. No
experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y
todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta sólo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua”
pero no ha descubierto nunca qué significa “ser bautizado con el Espíritu de
Jesucristo”. Cuando uno sigue pensando equivocadamente que tener fe es creer
una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y
no ha vivido nunca la experiencia viva de Dios.
La experiencia de sentirse acogido por Él en medio de la soledad y el
abandono, sentirse consolado en el dolor y la depresión, sentirse perdonado en
el pecado y el peso de la culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y
caducidad, sentirse impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la
fragilidad.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para situarlo todo
en su verdadera perspectiva y dimensión. Para vivir incluso los acontecimientos
más banales e insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el final. Para no
ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito. Para defender nuestra verdadera
libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer
abiertos a todo el amor, toda la verdad, toda la ternura que se puede encerrar
en el ser. Para seguir trabajando nuestra propia conversión con fe. Para no
perder la esperanza en el hombre y en la vida. JAP
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