Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la
lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla
sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado;
nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga
oídos para oír, que oiga».
Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con
la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se
le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».
«¿Acaso se trae la lámpara para
ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?»
Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt,
Girona, España)
Hoy, Jesús nos explica
el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la
“energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza
expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta
luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).
¿Acaso podemos
imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de
la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la
prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la
plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta
el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de
nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente
inmóviles: “ausentes” del espíritu.
El Evangelio —todo lo
contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que
necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de
madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices:
¡Basta!, estás
muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en
todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos
para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc
4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran
pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos
exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es
necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el
diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”:
«Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que
tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc
4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y
extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.
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