Los santos aclaran muy bien que la humildad es el fundamento de todo
crecimiento espiritual. Si no somos humildes,
no somos santos. Es así de sencillo.
Pero por muy sencillo que se diga que debemos ser humildes, no
siempre resulta fácil ponerlo en práctica. De manera que,
quiero hablar acerca de seis métodos para cultivar la virtud de la humildad.
1.- Ora por la gracia de la Humildad
Se puede decir con seguridad que ninguna virtud se formará en nuestras
almas si no es por medio de la oración frecuente. Si realmente deseas ser
humilde, ora cada día por esta gracia,
pidiéndole a Dios ayuda para sobreponerte a tu amor propio. “Debemos pedirle humildad diariamente a Dios y con todo nuestro corazón,
pedir también la gracia de saber que somos nada, y que nuestro bienestar
corporal y espiritual proceden de Él únicamente”. (San Juan María Vianney)
2.- Acepta humillaciones
Tal vez la manera más dolorosa pero más efectiva de aprender a ser
humildes sea el aceptar humillaciones y situaciones vergonzosas. El
padre Gabriel de Santa María Magdalena explica: “A muchas almas les gustaría ser humildes, pero muy pocas desean la
humillación; muchas le piden a Dios que las haga humildes y oran fervientemente
por esto, pero pocas quieren ser humilladas. Sin embargo es imposible ganar humildad sin humillación; de la misma
manera en la que estudiando se adquiere conocimiento, así por medio de la
humillación obtenemos humildad. Mientras
solamente deseemos esta virtud de la humildad, pero no estemos dispuestos
aceptar los medios para llegar a ella, ni siquiera estaremos en el camino
adecuado para adquirirla. Aún si en algunas ocasiones logramos actuar
humildemente, esto podría ser el resultado de una humildad superficial y
aparente en lugar de una humildad real y profunda. Humildad es verdad; por lo tanto, digámonos que dado que no poseemos
nada de nosotros mismos sino solamente el pecado, es precisamente por eso que
recibimos solamente humillación y desprecio”.
3.- Obedece a superiores legítimos
Una de las manifestaciones más claras del orgullo es la
desobediencia (irónicamente, la desobediencia y la rebelión son
reconocidas como virtudes en la sociedad moderna occidental). Satanás cayó por
su orgullo, Non serviam: “No serviré”.
Por otro lado, la humildad siempre es manifestada por medio de la
obediencia a la autoridad legítima, ya sea tu jefe o el
gobierno. San Benedicto dice “el primer grado de humildad es la pronta
obediencia”.
4.- Desconfía de ti mismo
Los santos nos dicen que cada pecado que cometemos se debe a nuestro
orgullo y autosuficiencia. Si desconfiamos de nosotros mismos y depositamos
toda nuestra confianza en Dios no pecaremos jamás.
Don Lorenzo Scpuoli fue más
lejos y dice:
“La desconfianza de sí es un requisito en el
combate espiritual y sin esta virtud no podemos esperar vencer nuestras
pasiones más débiles, ni mucho menos ganar la victoria completa”.
5.- Reconoce tu insignificancia
Otra manera muy efectiva de cultivar la humildad es meditar
en la grandeza de Dios, mientras simultáneamente reconocemos
nuestra propia insignificancia en relación a Él. San Juan María Vianney lo pone
de esta manera:
¿Quién puede contemplar la inmensidad de Dios sin
humillarse a sí mismo hasta hacerse polvo ante el pensamiento de que Dios creó
el cielo de la nada, y que con una palabra puede convertir el cielo y la tierra
en nada nuevamente?
Un Dios tan grande, y cuyo poder es inagotable; un Dios lleno de
perfección; un Dios con una eternidad interminable; su inmensa justicia, su
providencia, que reina sobre todo de manera sabia, y que cuida todo con tal
esmero, ¡y nosotros somos nada!
6.- Piensa mejor de otros que de ti mismo
Cuando somos orgullosos, inevitablemente pensamos que somos mejores que
los demás. Oramos como el Fariseo, “Señor, te agradezco porque no soy como
otros hombres”. Este farisaísmo es increíblemente dañino para nuestras almas, y
es detestable para Dios.
Tanto las Escrituras como los santos afirman que el
único camino seguro es considerar a todos como mejores que nosotros mismos.
San Pablo dice:
“No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada
uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo”.
(Filipenses 2:3)
Thomas de Kempis resume
esta enseñanza en el Capítulo 7 de su clásico La Imitación de Cristo: “No te
estimes por mejor que los demás, porque no seas quizás tenido por peor delante
de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus obras buenas, porque son muy distintos de los
juicios de Dios los de los hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a
ellos contenta.
Si algo bueno hay en ti piensa que son mejores los
otros, pues así conservarás la humildad.
No te daña si te pospones a los demás, pero es muy dañino si te
antepones a solo uno. Continua paz tiene el humilde; más en el corazón del
soberbio hay emulación y saña muchas veces".
Conclusión
No hay duda: la humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud,
nunca avanzaremos en la santidad. Sin
embargo, la humildad no es simplemente una idea abstracta que debe ser
admirada, es una virtud que debe ser aprendida y practicada en las
circunstancias dolorosas de la vida diaria. Esforcémonos
en ser humildes a imagen de Cristo que “se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo, haciéndose semejante a los hombres”. SG
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