Para muchos
los métodos naturales de regulación de la natalidad ‘no funcionan’. Incluso en
algunos libros o revistas estos métodos son presentados como poco eficaces,
pues un elevado número de parejas que optan por algunos de estos sistemas (el
método Billings, el método sintotérmico, etc.) tarde o temprano (a veces más
temprano que tarde) se encuentran con la sorpresa de un hijo no esperado...
Toca a los
médicos juzgar sobre la ‘eficacia’ real de los métodos naturales, aunque hay
estudios que hablan de un elevado nivel de seguridad de algunos de esos
métodos. Hay que reconocer, sin embargo, que en el método natural para regular
la propia fertilidad la pareja parte de una actitud mental de respeto y de
apertura ante la posibilidad de una nueva vida. Además, muchas parejas, en el
conocimiento de su fertilidad, aceptan, en un momento determinado, tener
relaciones sexuales completas cuando es posible un embarazo, lo cual no es un
fracaso del método, sino, simplemente, un gesto de amor más consciente de la
relación profunda que existe entre vida sexual y procreación humana.
Otras veces,
la pareja intenta, con la ayuda de métodos naturales, no tener hijos por
motivos más o menos válidos. Puede ocurrir, en estos casos, que por alguna
causa no prevista, o por error en el uso del método, se produzca la ‘sorpresa’
de un hijo. Sin embargo, tal hijo era ‘previsible’, formaba parte del horizonte
que es propio del haber aceptado un método natural, aunque en principio se
creía que no iba a producirse una concepción.
En otras
palabras: un hijo concebido fuera de lo previsto no ha de ser considerado como
un fracaso del método natural. Usar un método natural implica asumir una
actitud de apertura a la vida, un espíritu de acogida de un posible hijo como
parte de la expresión del amor mutuo y del respeto a la riqueza de cada uno de
los esposos. Aquí radica la diferencia más profunda entre un uso correcto de
los métodos naturales (puede darse un uso egoísta y, por lo tanto, inmoral) y
el uso de los métodos anticonceptivos.
En el método
natural los esposos se respetan en su riqueza e integridad. El marido escucha y
dialoga con la esposa para ver si conviene o no conviene tener relaciones
sexuales cuando está cercana la ovulación. Este diálogo enriquece a la pareja.
Permite a los esposos descubrirse y aceptarse de un modo profundo, serio,
responsable, con el horizonte abierto a una posible nueva vida quizá ahora no
esperada, pero no por ello excluida de modo sistemático, firme, casi
impositivo. Todo ello implica una gran generosidad y un fuerte amor,
generosidad que muchas veces puede ser el resultado de una profunda vida de fe
y de oración, para quienes son cristianos: Dios no puede dejar de apoyar, de
mil modos, a aquellos esposos que viven su amor dentro del hermoso proyecto de
Dios sobre la sexualidad humana.
En los métodos
anticonceptivos, en cambio, se excluye a través de métodos mecánicos o químicos
la llegada de una vida que no es ni esperada ni deseada. Este deseo de excluir
un posible hijo implica rechazar la fecundidad del esposo (por ejemplo, usando
el condón masculino o femenino) o de la esposa (con diversas píldoras
anticonceptivas, la espiral, dispositivos subcutáneos, etc.). El espacio para
el diálogo de la pareja, en lo que se refiere a su vida más íntima, queda
empobrecido, pues los esposos creen que cualquier relación ha sido modificada y
‘hecha’ infecunda (así sería realizable sin ‘riesgos’) precisamente porque se
ha intervenido para dañar o mermar la fecundidad propia de uno de los esposos
(o de los dos al mismo tiempo).
Conviene
añadir, además, que en algunos métodos mal llamados anticonceptivos se da
también un efecto interceptivo o antigestativo. En estos casos, si las técnicas
han fracasado en su fin anticonceptivo y se ha producido una concepción
inesperada, algunas de esas técnicas producen una serie de efectos que impiden
que el embrión pueda anidar en el útero o, incluso, si ya ha anidado, fuerzan
su desprendimiento y su muerte por culpa de los mecanismos abortivos de esas
técnicas. Esta eficacia, repetimos, no es anticonceptiva, sino abortiva, con lo
que esto implica de injusticia hacia esa nueva vida privada de su desarrollo
natural.
El que llegue
un hijo no esperado no es un fracaso de los métodos naturales, sino, en cierta
forma, un ‘éxito’ de los mismos. Nunca un niño puede ser considerado como fruto
de un error, como un fracaso o una derrota en la vida de una pareja que se
respeta y que se ama profundamente. Si, además, los esposos tienen fe
cristiana, verán en ese nuevo hijo o hija una invitación de Dios a crecer en el
amor hacia el prójimo más prójimo que nadie puede encontrar en el camino de su
vida: cada uno de sus hijos.
Por lo tanto,
el hijo que nace gracias al respeto de la fecundidad de la pareja que es propio
de los métodos naturales inicia su existencia en el contexto de un amor maduro
y generoso; un amor que permite a los esposos vivir su mutua donación en el
máximo respeto de sí mismos y en la apertura a ese posible hijo que pueda nacer
como resultado de esa fecundidad que acompaña a quienes confían en Dios y
viven, con esperanza, su vida matrimonial con una entrega absoluta y sincera. FP
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