Texto del
Evangelio (Jn 20,2-8): El primer día
de la semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el
otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y
se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se
inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro
siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que
cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al
sepulcro; vio y creyó.
«Vio y creyó»
Comentario:
Rev. D. Manel VALLS i Serra (Barcelona, España)
Hoy, la liturgia celebra la fiesta de san Juan,
apóstol y evangelista. Al siguiente día de Navidad, la Iglesia celebra la
fiesta del primer mártir de la fe cristiana, san Esteban. Y el día después, la
fiesta de san Juan, aquel que mejor y más profundamente penetra en el misterio del
Verbo encarnado, el primer ‘teólogo’ y modelo de todo verdadero teólogo. El
pasaje de su Evangelio que hoy se propone nos ayuda a contemplar la Navidad
desde la perspectiva de la Resurrección del Señor. En efecto, Juan, llegado al
sepulcro vacío, «vio y creyó» (Jn 20,8).
Confiados en el testimonio de los Apóstoles, nosotros nos vemos movidos en cada
Navidad a ‘ver’ y ‘creer’.
Uno puede revivir estos mismos ‘ver’ y ‘creer’ a
propósito del nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado. Juan, movido por la
intuición de su corazón —y, deberíamos añadir, por la ‘gracia’— ‘ve’ más allá
de lo que sus ojos en aquel momento pueden llegar a contemplar. En realidad, si
él cree, lo hace sin ‘haber visto’ todavía a Cristo, con lo cual ya hay ahí
implícita la alabanza para aquellos que «creerán sin haber visto» (Jn 20,29), con la que culmina el
vigésimo capítulo de su Evangelio.
Pedro y Juan ‘corren’ juntos hacia el sepulcro,
pero el texto nos dice que Juan «corrió más aprisa que Pedro, y llegó antes al
sepulcro» (Jn 20,4). Parece como si a
Juan le mueve más el deseo de estar de nuevo al lado de Aquel a quien amaba
—Cristo— que no simplemente estar físicamente al lado de Pedro, ante el cual,
sin embargo —con el gesto de esperarlo y de que sea él quien entre primero en
el sepulcro— muestra que es Pedro quien tiene la primacía en el Colegio
Apostólico. Con todo, el corazón ardiente, lleno de celo, rebosante de amor de
Juan, es lo que le lleva a ‘correr’ y a ‘avanzarse’, en una clara invitación a
que nosotros vivamos igualmente nuestra fe con este deseo tan ardiente de
encontrar al Resucitado.
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