Los casos
extremos gustan a cierto tipo de prensa. Un enfermo paralizado en la cama por
varios años. Una chica adolescente en un embarazo difícil. Un diagnóstico
prenatal que señala defectos muy graves en el hijo.
En torno a
esos casos surge el debate, especialmente si hay grupos que buscan promover el
aborto o la eutanasia. Este tipo de debates tendrían sentido si hubiera una
clara información sobre cada asunto en cuestión y si se evitase todo tipo de
engaños o suposiciones arbitrarias.
Sin embargo,
no podemos olvidar que existe un derecho a la privacidad: no resulta correcto
permitir al gran público el acceso a expedientes médicos. Por lo mismo, muchos
casos particulares son difícilmente conocidos en su complejidad, mientras el
debate crece y crece, alimentado por el viento de quienes buscan presionar a
adoptar ciertas decisiones.
Por eso es
importante no ahogarse en casos extremos a la hora de debatir sobre temas que
se refieren a la vida y a la muerte. No sólo porque la ley no debe construirse
desde esos casos, sino porque no tiene sentido un debate con información
insuficiente y con riesgos de manipulación.
Casos como los
de Nancy Cruzan, Terri Schiavo, Eluana Englaro, Ramón Sampedro, Vincent
Lambert, merecen ser estudiados con una atención y seriedad que los grandes
medios no permiten. Incluso si hubiera un acceso suficiente a los documentos
sobre cada enfermo, no habría que buscar desde esos casos el modo de afrontar
situaciones parecidas, sino desde criterios básicos de justicia y desde una
sana visión ética.
Para ello
debería ser de ayuda una disciplina vista como nueva, la bioética, aunque
cuenta con precedentes importantes en la historia humana. Con esta disciplina
será posible encuadrar bien las situaciones y señalar los criterios éticos
fundamentales que han de ser respetados para una tutela suficiente de todas las
personas implicadas en los casos de cada día (y también en las situaciones
extremas) que afectan a la vida y a la muerte de los seres humanos. FP
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