El término alma viene del latín anima, de la misma
raíz que el griego ánemos, viento. Por alma, y con el mismo significado que
spiritus (en griego psikhé, soplo, aliento, vida), se entiende por lo común el principio vital del cuerpo, o el
principio inmaterial que se considera origen de la vida material, de la
sensibilidad y del psiquismo del hombre. A veces se da este nombre a la mente
humana, o también se la llama espíritu.
El concepto de alma surge
a partir de la pregunta que el hombre se ha hecho sobre sí mismo,
sobre el núcleo íntimo de su naturaleza, y es un concepto que se vincula
simultáneamente a dos cuestiones distintas: por una parte, la naturaleza de la
vida, caracterizada por el automovimiento y la reproducción y, por otra, la
naturaleza de los actos intelectivos. Desde la primera perspectiva el alma se
concibe principalmente como principio vital (los seres vivos están animados y
para muchos el alma sobrevive al cuerpo); desde la segunda perspectiva, que
puede compatibilizarse con la anterior -no sin ciertas dificultades-, el alma
es el principio de la racionalidad, el principio explicativo del pensamiento,
la sensibilidad, los afectos y la voluntad. A su vez, si se parte de la
concepción del alma entendida como principio vital, debería poderse hablar de
un alma de los seres vivos no racionales, incluidas las plantas. Es la cuestión
suscitada bajo el problema del alma de los brutos o alma de los animales. Si,
en cambio, se parte de la concepción del alma entendida como principio de
racionalidad, se manifiesta en toda su claridad el grave problema de las
relaciones entre el alma y el cuerpo, o problema de la relación mente-cuerpo.
Para Aristóteles el alma debe entenderse a partir
de su teoría hilemórfica y de su teoría del acto y la potencia: el alma,
‘aquello por lo cual primariamente vivimos, sentimos y entendemos’, es
sustancia porque es la forma del cuerpo que está en potencia de vida (‘El alma es
la entelequia primera de un cuerpo natural que posee la vida en potencia’, De
anima, 412a-b) y, por tanto, el alma no puede existir sin el cuerpo, razón por
la cual no puede ser inmortal. El alma es concebida como acto (de los cuerpos
que poseen la vida en potencia), y como forma (desde la perspectiva
hilemórfica, es la forma del cuerpo material). Así, en cuanto que acto, el alma
es forma, y en cuanto que forma es sustancia, en el sentido de la forma de un
cuerpo que posee la potencialidad de la vida.
A partir de san Agustín, que subraya el carácter
pensante del alma, esta noción, muy influenciada por la tradición neoplatónica,
se espiritualiza cada vez más. Para él es
una sustancia plenamente espiritual e inmortal, no dependiente del cuerpo, que
surge por la voluntad creadora divina, y es el centro de la subjetividad
del hombre, que es ‘un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y
terrestre’. Es en el alma donde el hombre encuentra a Dios y a la verdad, y es,
al mismo tiempo, imagen de la Trinidad. Como en el caso de la Trinidad, el alma
es una, pero posee facultades distintas.
Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, hará del alma
forma sustancial del cuerpo, de modo que el hombre no es ni alma sola ni solo
cuerpo, sino cuerpo y alma a la vez y atacará la doctrina averroísta de la
unidad del entendimiento que ponía, de nuevo, en peligro la inmortalidad del
alma. Tomás de Aquino, apropiándose del aristotelismo, distingue el alma
vegetativa, el alma animal y la humana, y distingue también el anima y el animus
(principio vital y entendimiento, respectivamente). MAF
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