Edward Jenner es considerado el padre de la
inmunología y fue, precisamente, la Universidad de Oxford, la misma que hoy es
noticia en el mundo por estar desarrollando con éxito la vacuna contra el
Covid-19, la que le otorgó -en 1813- el título honorario de Doctor en Medicina.
Su gran mérito fue dar origen, en 1796, a lo que hoy conocemos como vacuna, al inocular un poco del virus de la viruela en una persona
sana, logrando inmunizarla. Sin embargo, no fue sino hasta 1980 –solo 40 años
atrás- que la OMS declaró erradicada la enfermedad.
Una de las enfermedades mortales más antiguas y más
difíciles de erradicar fue la viruela,
que se originó en la Antigüedad Clásica y duró hasta 1977, año en que se registró en Somalia, el último caso
de contagio natural.
Se estima que la viruela apareció alrededor del año 10.000 a.C. en el
Norte de África, ya que se encontraron evidencias en momias egipcias. En
la Antigua Roma, alrededor del año 165 d.C. se la conoció con el nombre de
Plaga Antonina. Llevada por los soldados que llegaban de la Mesopotamia, pronto
se extendió por todo el Imperio Romano ocasionando alrededor de cinco millones
de muertos, entre ellos, el emperador Marco Aurelio.
Fue el célebre médico romano Galeno quien describió los
síntomas: vómitos, diarrea, tos, fiebre, sequedad de garganta y la aparición de
llagas en la boca y pequeñas erupciones cutáneas que dejaban marcas indelebles
en la piel.
Entre los antiguos circulaba una leyenda que contaba que
un soldado romano, cierta vez, había liberado esa ‘peste maldita’ al
abrir un ataúd dorado en el templo
de Apolo, uno de los dioses más importantes de la Antigüedad Clásica.
Durante la Edad Media hubo fuertes epidemias en toda Europa y a partir de 1492,
con la Conquista de América, fue llevada al Nuevo Mundo donde causó estragos.
En el siglo XVIII, en Europa –época y lugar donde vivió Jenner-, cerca de
400.000 personas morían cada año por viruela y un tercio de los sobrevivientes,
quedaba ciego y deformado. Solo en el siglo XX la viruela se llevó unas 300
millones de vidas.
El inicio de un método
Edward Jenner había nacido en 1749 en el seno de una familia religiosa, en
Berkeley (Sudoeste de Inglaterra) y quedó huérfano a los 5 años. Fue criado por
su tía y por su hermana mayor, de quienes recibió afecto y una buena educación.
Pronto se destacó por su pasión por la naturaleza. También, le gustaba
escribir; amaba la poesía y la música.
Cuando Edward tenía ocho años, vivió una experiencia traumática que
sería decisiva para sus investigaciones futuras. Hubo un
brote de viruela en su ciudad natal y, aunque él no se había infectado, su
familia decidió someterlo al único tratamiento preventivo que se conocía hasta
ese momento.
Se llamaba variolización (Variola significa pústula
pequeña en latín) y había sido introducido en Inglaterra por
la exploradora y filántropa turca lady Mary Wortley Montagu. Ella había quedado desfigurada e,
incluso, había perdido a su hermano a causa de la viruela. Por esa
razón, cuando oyó hablar de un método por el cual se infectaba deliberadamente
a pacientes sanos para generarles anticuerpos, no dudó en aplicarlo a sus
hijos, con resultados aceptables, para luego llevarlo a Inglaterra.
A Jenner, entonces, le hicieron un corte en el brazo hasta el
sangrado y allí, le
introdujeron el contenido purulento de la vesícula de un enfermo de viruela.
Luego, fue aislado en cuarentena, junto a sus compañeros, en un establo sucio,
mal ventilado y mal iluminado, sin baño ni otras comodidades básicas. Hay que
considerar que, en esa época, aun no se conocían los principios de asepsia que
rigen actualmente. El chico la pasó mal, estuvo con síntomas graves bastante
tiempo hasta que se
recuperó.
Decidido a superar el trauma, a los 14 años, Edward Jenner comenzó
su formación como cirujano y farmacéutico con excelente rendimiento, al punto
de convertirse, a los 21, en el discípulo preferido (y más tarde amigo) del
famoso cirujano y anatomista John Hunter. También, se destacó en el campo de la
zoología y fue miembro de la Royal Society, donde publicaba el resultado de sus
investigaciones en la materia.
Con el recuerdo vívido de aquella experiencia de la
infancia en la que había estado al borde de la muerte,
cierta vez escuchó decir a una mujer de nombre Sarah Nelmes, que ordeñaba
vacas, que ella jamás tendría la cara poceada por la enfermedad, porque ya había contraído la
viruela bovina. Entonces, Jenner pensó en practicar la variolización,
aquel método turco que había resultado tan rudimentario (y, por otra parte, no
tan efectivo -ya que uno de cada tres inoculados enfermaba gravemente
y moría), a la luz de los nuevos conocimientos adquiridos y lo consultó con
Hunter. “No pienses, hazlo”, le contestó el profesor.
Es así como el 14 de mayo de 1796 Edward Jenner eligió a un niño de 8 años
llamado James Phillips para infectarlo, primero con el virus
bovino y luego, con el humano. En ambos casos, los resultados fueron
óptimos: el
chico ni enfermó ni murió. Luego, repitió el procedimiento con
otras 22 personas con idénticos resultados. La eficacia de la vacunación, como
empezó a llamarse al método (porque provenía de las vacas) había quedado
demostrada.
Los antivacunas
Aunque muchos no lo crean, el movimiento antivacunas
no es propio de la posmodernidad, sino que surgió inmediatamente después del
descubrimiento de Jenner.
La Asociación Médica de Londres se opuso al tratamiento por
considerar que los pacientes, poco a poco, se iban a convertir en vacas. Esto
influyó negativamente en la opinión pública. La gente creía que si se
vacunaban, les iban a crecer apéndices vacunos en el cuerpo. Incluso, la
Sociedad Antivacunas publicó en 1802 una sátira del británico James Gillray
llamada The Cow Pock, en la que caricaturizaba una escena
en el Hospital Saint Pancras, con
mujeres asustadas al ver cómo emergían vacas de sus cuerpos. En
respuesta a esto, el médico inglés inoculó a su hijo, otra vez con rotundo
éxito.
El reconocimiento
Pronto, el rumor de la vacuna antivariólica se expandió por Europa.
En España, en 1803, se organizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
que financió una campaña de vacunación que alcanzó a toda Hispanoamérica y
Filipinas. En Francia, en 1805, Napoleón
Bonaparte dio la orden de vacunar a todos sus soldados. En
Inglaterra, fue recién después de estos hechos que dos influyentes damas
británicas, la condesa de Berkeley y lady Duce, pidieron a Jenner que
vacunase a sus hijos. Pronto, toda la nobleza las imitó.
Lo que siguió, fueron sucesivas campañas de vacunación aisladas con
variados resultados hasta que, en
1958, la Unión Soviética propuso a la OMS una campaña mundial para erradicar la
enfermedad. En 1967 se reforzaron las campañas masivas de
vacunación, hasta que por fin, en 1980, la OMS declaró la erradicación
definitiva de la viruela.
Hoy en día, la
vacunación tiene el mismo nivel de importancia que el agua potable, la higiene
y la nutrición en la lista de las necesidades sanitarias.
Y, gracias a este procedimiento, la viruela es
considerada una de las dos únicas enfermedades infecciosas que el ser humano ha
logrado erradicar, además de la peste bovina, eliminada oficialmente en 2011.
Últimos días de Jenner
En el final de sus días, el científico había alcanzado gran
prestigio y fama pero, cuando le ofrecieron instalarse en Londres prefirió
quedarse en su pueblo natal. “Si en la aurora de mis días busqué los senderos
apartados y llanos de la vida, el valle y no la montaña, ahora que camino hacia
el ocaso, no es un regalo para mí prestarme como objeto de fortuna y de fama”,
argumentó. Aun así, recibió
toda clase de distinciones que le permitieron vivir
holgadamente y hasta fue nombrado médico del rey Jorge IV en 1821.
Edward Jenner, considerado como el científico que más vidas salvó en la historia
de la humanidad, enterró a sus dos hermanas, su hijo mayor y su esposa
Katherine, a causa de la tuberculosis, antes de morir de un ataque de apoplejía
el 26 de enero de 1823.
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