La
advertencia de Jesús es fácil de entender. «No hay árbol sano que dé fruto
dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto.
No se cosechan higos en las zarzas ni se vendimian racimos en los espinos».
En
una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas»
de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos «espinos» de
odios, discordia y agresividad, son necesarias personas sanas que den otra
clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada cual para sanar un poco la convivencia
social tan dañada entre nosotros?
Tal
vez hemos de empezar por no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es.
Esforzarnos para que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y
llevadera. No envenenar el ambiente con nuestra amargura. Crear en nuestro
entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.
Necesitamos
entre nosotros personas que sepan acoger. Cuando acogemos a alguien, lo estamos
liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por
muy difícil que sea la situación en que se encuentra, si descubre que no está
solo y tiene a alguien a quien acudir, se despertará de nuevo su esperanza. Qué
importante es ofrecer refugio, acogida y escucha a tantas personas maltratadas
por la vida.
Hemos
de desarrollar también mucho más la comprensión. Que las personas sepan que,
por muy graves que sean sus errores, en mí encontraran siempre a alguien que
las comprenderá. Hemos de empezar por no despreciar a nadie, ni siquiera
interiormente: no condenar ni juzgar precipitadamente. La mayoría de nuestros
juicios y condenas solo muestran nuestra poca calidad humana.
También
es importante contagiar aliento a quien sufre. Nuestro problema no es tener
problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay
personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión...
No necesitan recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que comparta
su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las sostenga.
El
perdón puede ser otra fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que
no guardan rencor ni alimentan el resentimiento, y saben perdonar de verdad,
siembran esperanza a su alrededor. Junto a ellas siempre crece la vida.
No
se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia. Se trata sencillamente de
escuchar la consigna de Pablo de Tarso: «No te dejes vencer por el mal; antes
bien, vence al mal con el bien». La manera más sana de luchar contra el mal en
una sociedad tan dañada como la nuestra es hacer el bien «sin devolver a nadie
mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con
todos los hombres» (Romanos 12,17-18).
JAP
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