XLIII Papa,
27 de Julio
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria, san
Celestino I, papa, que se preocupó de que la Iglesia se mantuviese en la
verdadera fe y ampliase sus límites, instituyó el episcopado en Gran Bretaña e
Irlanda y promovió la celebración del Concilio de Éfeso, en el que se condenó a
Nestorio y se saludó a María como Madre de Dios (432).
Nada se conoce de su historia antigua, excepto que fue un romano y que el nombre de su padre fue Priscus. Se dice que vivió durante un tiempo en Milán con San Ambrosio. La primera noticia, sin embargo, que está consignada en un documento de San Inocencio I, en el año 416, indica que Celestino habría sido un diácono.
En 418, San Agustín le escribió de una manera
reverencial. El sucedió a San Bonifacio I, como papa, el 10 de septiembre de
422 (de conformidad con Tillemont, aunque los bollandistas indican como fecha
el 3 de noviembre). Murió el 27 de julio de 432, habiendo cumplido en el
pontificado nueve años, diez meses y dieciséis días. A pesar de los tiempos
tumultuosos de Roma, fue electo sin ninguna oposición, tal y como se dice en
una carta de San Agustín (Epist., cclxi). La misma fue escrita al pontífice muy
poco después de haber sido nombrado como tal. En ella, el gran doctor le pide
su asistencia en arreglar las dificultades con Antonio, Obispo de Fessula en
África.
San Celestino I, sucesor de Bonifacio I, era un
hombre de mucha energía y al mismo tiempo de conmovedora liberalidad. Mientras
se preocupaba por la restauración de Roma, no perdía de vista los intereses
espirituales de toda la cristiandad. Defendía el derecho del Papa y de recibir
apelaciones por parte de cualquier fiel, laico o clérigo, y respondía con
solicitud.
Al Papa se le pedía sobre todo establecer normas
según las cuales todo fiel tenía que conformar su propia conducta. De estas
respuestas, que se conocen con el nombre de Decretales, tomó forma el primer
embrión del derecho canónico.
Escribió cartas a los obispos para corregir abusos,
disipar dudas doctrinales, combatir herejías, o simplemente para prohibir a los
obispos llevar el cinturón o el manto propios de los monjes. Tuvo
correspondencia con el amigo obispo de Hipona, San Agustín, cuya doctrina, a un
año de la muerte, defendió calurosamente en la disputa antipelagiana, con
palabras que consagraron definitivamente la autoridad y la santidad.
Los últimos días del pontificado de Celestino se
caracterizaron por la lucha en el este en contra de la herejía de Nestorius.
Nestorius quien había llegado a ser Obispo de Constantinopla en 428, primero
dio una gran satisfacción, tal y como podemos ver en una carta dirigida por él
a Celestino. Pronto se levantaron sospechas de su ortodoxia por recibir
amablemente a los pelagianos, que habían sido rechazados por el papa en Roma.
Poco después, rumores sobre sus enseñanzas acerca de la personalidad dual de
Cristo, llegaron a Roma. Celestino comisionó a Cirilo de Alejandría para que investigara
e hiciera un reporte.
Cirilo encontró que Nestorius profesaba
abiertamente sus herejías y envió un recuento completo de la situación a
Celestino. En un Sínodo en Roma (430) el Papa condenó solemnemente los errores
de Nestorius, y ordenó a Cirilo que en su nombre, procediera contra el hereje
quien fue incomunicado y depuesto, a menos que en diez días hiciera una
declaración por escrito mediante la cual se retractara de sus errores.
En cartas escritas en el mismo día a Nestorius, a
los clérigos, la gente de Constantinopla, Juan de Antioquia, Juvenal de
Jerusalem, Rufus de Thessalonica, y Flavian de Filipi, Celestino anuncia la
sentencia contra Nestorius y comisiona a Cirilo para que ejecute la decisión.
De manera simultánea, restaura a todos los que habían sido excomunicados o
privados de derechos por Nestorius.
Cirilo envía la sentencia papal y su propio anatema
a Nestorius. El emperador ahora establece un concilio general que ser reunirá
en Efesio. A este concilio Celestino envía como delegados a Arcadius, y
Projectus, obispos, y a Filipo, un sacerdote, quienes deben actuar en
coordinación con Cirilo. Sin embargo, ellos no estuvieron involucrados en
discusiones, sino que debían juzgar las opiniones de otros. Celestino en todas
sus cartas asume que su propia decisión es ya la final, y Cirilo y el concilio
se manifiesta compelido por los cánones sagrados y las cartas de Nuestro Más
Santo Padre, Celestino, Obispo de la Iglesia Romana.
El último acto oficial de Celestino, fue enviar a
San Patricio a Irlanda, quizá sobrepasando todas las expectativas en esta
acción de grandes consecuencias para el bien. Ya había enviado con anterioridad
(431) a Palladius como obispo de los Scots (i.e. irlandeses) creyentes en
Cristo. Pero Palladius abandonó pronto su misión en Irlanda y murió al año
siguiente en Bretaña.
El Papa Celestino I murió el 27 de julio del año
432, y fue sepultado en el cementerio de Priscila, en una capilla adornada con
frescos que representaban los episodios del reciente Concilio de Éfeso, que
había proclamado solemnemente la maternidad divina de María.
En el año 817 las reliquias del Santo Pontífice
fueron trasladadas a la basílica de Santa Práxedes, y parte de ellas parece que
fueron llevadas a la catedral de Mantua.
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