Sociólogos y
siquiatras describen en sus análisis los rasgos que parecen definir cada vez de
manera más clara el perfil del hombre contemporáneo. Sin duda, no todo es
negativo. Lo que resulta, tal vez, más preocupante es el vaciamiento y la
degradación de la vida que constatan en muchas personas.
Según
diferentes estudios, el hombre de hoy es cada vez más indiferente a “lo
importante” de la vida. Apenas le interesan las grandes verdades de la
existencia. No tiene certezas firmes ni convicciones profundas. Es cierto que
busca mucha información para saber lo que está pasando. Pero esto no le ayuda a
formarse ni a ser más sabio y profundo. Recibe noticias, pero le falta
capacidad para hacer una síntesis de lo que le llega.
Se trata, al
mismo tiempo, de un ser humano cada vez más hedonista. Sólo le interesa de
verdad organizarse de la manera más placentera posible. Aprovecharse, disfrutar
de la vida y sacarle jugo. La vida es placer y si no, no es vida. A esta
persona le cuesta cada vez más, interesarse por algo que no sea su propio
bienestar, su dinero o el pasarlo bien.
Otro rasgo es
la permisividad. Cada vez es mayor la resistencia a aceptar códigos o normas de
comportamiento. Es bueno lo que me apetece, y malo lo que me disgusta. Eso es
todo. No hay prohibiciones ni terrenos vedados. No hay tampoco objetivos ni
ideales mayores. Lo importante es el pragmatismo: lo que a mí me va bien.
Mientras
tanto, la vida se va vaciando de verdadero contenido humano. La persona humana
se queda sin metas ni puntos de referencia.
Las personas
tienen cada vez más fachada y menos vida interior.
Los valores
humanos son sustituidos por los intereses de cada uno.
Al sexo se le
llama amor; al placer, felicidad; a la información televisiva, cultura.
Pero el ser
humano es demasiado grande para contentarse con cualquier cosa. No pocos
analistas toman nota del número creciente de personas que, cansadas de vivir
una vida tan “rebajada”, buscan algo diferente.
Es difícil
vivir una vida que no apunta a ninguna meta. No basta tampoco pasarlo bien. El
ser humano necesita arriesgarse y crecer comprometiéndose en causas nobles y
dignas.
La vida se
hace insoportable cuando todo se reduce a fachada y frivolidad. Estamos hechos
también para cultivar el espíritu y la alegría interior.
Una vida hueca
y superficial es siempre una vida vulnerable. Tarde o temprano lleva al
cansancio.
Hay mucha
gente hoy cansada de vivir, pero no como consecuencia de sus compromisos y
tareas sino porque no pueden soportar ya su propio vacío.
Esta sociedad
necesita dar un giro radical. Hay que “predicar la conversión”, impulsar el
cambio, pero, sobre todo, hay que introducir en la cultura moderna y en la
convivencia social valores, actitudes y comportamientos que nos hagan más
humanos. JAP
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