El
evangelista Juan termina su relato de la multiplicación de los panes con un
detalle al que apenas se suele dar importancia, pero que ofrece la clave para
evitar una interpretación equivocada de la misión de Jesús.
Las
gentes que han comido pan hasta saciarse, al descubrir que Jesús puede resolver
sus necesidades sin esfuerzo alguno por su parte, van en su busca para que
aquello no acabe. Quieren que Jesús sea el rey que siga solucionando sus
problemas. Y es entonces precisamente cuando Jesús desaparece.
La
misión de Cristo no es solucionar de manera inmediata los problemas de
manutención, bienestar o progreso, que los hombres tienen que resolver
utilizando su inteligencia y sus fuerzas. Lo que Jesús ofrece no son soluciones
mágicas a los problemas, sino un sentido último y una esperanza que pueden
orientar el esfuerzo y la vida entera del ser humano.
Por
eso, es una equivocación esperar de Cristo una solución más fácil a los
problemas. Es una manera falsa de “hacerlo rey”. Es entonces precisamente
cuando el verdadero Cristo desaparece de nuestra vida, pues siempre que
tratamos de manipularlo para acceder a un nivel de vida más cómodo, estamos
pervirtiendo el cristianismo.
Pocas
cosas quedan más lejos del evangelio que esas burdas oraciones al Espíritu
Santo, a la Virgen de Fátima o algún santo concreto que, repetidas un
determinado número de veces o publicadas en la prensa, aseguran de manera casi
automática un premio importante de la lotería, una buena colocación y toda clase
de venturas.
Hay,
por supuesto, modos más sutiles de manipular la religión. Durante estos últimos
años, se va extendiendo en Occidente el recurso a ciertas experiencias
religiosas como medio para asegurar el equilibrio síquico de la persona.
Ciertamente, la fe encierra una fuerza sanante para el individuo y la sociedad,
pero no hemos de confundir la religión con la medicina. Sería degradar la
religión utilizarla con fines terapéuticos como si se tratara de uno de tantos
remedios útiles.
Como
dice muy bien el prestigioso fundador de la logoterapia, V. Frankl, “la
religión no es ningún seguro con vistas a una vida tranquila, a una ausencia de
conflictos en lo posible o a cualquier otra finalidad psicohigiénica. La
religión da al hombre más que la psicoterapia y exige también más de él”.
La
religión aporta sentido, libera del vacío interior y la desorientación
existencial, ayuda a vivir en la verdad consigo mismo y con los demás, permite
integrar la vida desde una esperanza última. Pero esa misma fe nos exige asumir
nuestra propia responsabilidad y luchar por una vida más humana, sin dejar la
solución de los problemas en manos de Dios. JAP
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