¿Qué es la
conversión? Es un camino largo y sinuoso, que en algún punto debe hacernos
comprender el significado de la palabra apóstol. Si, es un término que parece
lejano e inalcanzable, hecho para otros. Sin embargo la conversión lleva a la senda
del apostolado del anuncio de la Buena Nueva, que no es más ni menos que pasar
a formar parte de la Nueva Evangelización a la que nos invitó la Iglesia a
través de Juan Pablo II.
Ser Apóstol es
entonces trabajar para la Iglesia, lo que se puede hacer de muchos modos
distintos. Algunos formarán parte de movimientos, otros colaborarán con su
parroquia, otros encontrarán senderos nuevos para ayudar a la inagotable tarea
de la difusión del Amor hecho Palabra. Sin embargo, muchos son los obstáculos
que se enfrentan llegado este punto del recorrido, porque es aquí donde
claramente llamaremos la atención de quien busca detenernos.
Este es el
tentador, personaje que no deja de trabajar en su permanente esfuerzo de
molestar y poner piedras en el camino de la salvación. ¿De qué modo actúa? Como
su nombre lo indica, el tentador nos tienta a través de los modos que Dios le
permite, porque nada puede hacer él que Dios no tolere de algún modo
incomprensible para nosotros. Las tentaciones tendrán un fin claro: detenernos,
sacarnos del camino, llevarnos a otra senda que no colabore de modo tan
efectivo con el Plan de Dios. Y el Señor, para hacernos más firmes en
nuestra fe, deja que enfrentemos la lucha, para que venzamos y emerjamos del
otro lado de la prueba más confiados en Él y más firmes en nuestra entrega.
Las tentaciones
que sufrimos son literalmente inagotables, algunas sutiles, otras brutales y
obvias. Hoy quiero referirme a algunas de ellas para que estemos atentos,
porque no será fácil ver a nuestro alrededor con claridad cuando en nuestro
interior haga ebullición la confusión que este personaje siembra.
Empecemos
refiriéndonos a una tentación muy elemental, que es la de pensar que estamos
perdiendo el tiempo, que trabajando para Dios estamos desaprovechando nuestra
vida, malgastándola. Una versión sutilmente diferente de esta tentación es la
de pensar que habrá otros modos más efectivos de obrar para Dios, en otro lugar
u otro espacio. Por supuesto que si abandonamos nuestro apostolado siguiendo
esa tentación, la siguiente será la de abandonar todo y volver a vivir una vida
“normal”, de acuerdo a lo que nos reclama el mundo.
Otro juego que
nos propondrá nuestra mente es el de pensar que los líderes del grupo donde
trabajamos, sean consagrados o laicos, están equivocados. Los juzgaremos con
nuestro limitado entendimiento, y veremos en cada gesto una oportunidad para
pensar que les falta caridad, o que no nos respetan en todo nuestro potencial o
talento. Los miraremos y juzgaremos tratando ya no de ver lo bueno en ellos,
sino cualquier defecto que nos haga concluir que lo mejor es abandonarlos a su
propia ventura.
También
sufriremos la tentación de pensar que merecemos un lugar de privilegio dentro
de la comunidad, porque en algo en particular somos mejores que los demás. Esto
nos hará competir, literalmente, por un espacio que ya consideramos nuestro. A
veces será una posición determinada en el grupo de música de la Parroquia, o el
micrófono para hablar a la comunidad en ciertas circunstancias, o hasta un
banco o lugar predeterminado que a esta altura de mi experiencia apostólica, ya
es “mío”. Así de infantil como suena, ocurre a diario.
Otras veces
empezará a bullir en nuestro interior el sentimiento de injusticia, de estar
siendo dejados de lado, de merecer más. En ese momento ya no tendremos la
frescura en la fe de los primeros tiempos del camino de la conversión, sino que
el caminar será un recorrido amargo, sumidos en nuestras propias luchas
interiores. Quienes nos ven ya no sentirán que estamos felices y dichosos de
hacer lo que hacemos, sino que advertirán a las claras que algo funciona mal en
nuestro interior.
Son momentos de
apoyar, de estar cerca con silencios, pero con comprensión. Somos nosotros los
que debemos remontar esta cuesta, y vencer esta batalla interior que nos busca
alejar y adormecer. Es, literalmente, un ataque contra la Iglesia que se
manifiesta en intentar detener a este nuevo proyecto de apóstol que está
naciendo. Son momentos de tener las cosas muy en claro, de luchar contra uno
mismo, de enfrentar los malhumores con la convicción de que Dios nos enfrenta a
la prueba sabiendo que tenemos las armas necesarias para vencer.
Por supuesto que
no todos vencen en esta batalla. Tristemente algunos se dejan derrotar y
empiezan a dar círculos concéntricos buscando un lugar donde esos sentimientos
interiores no se manifiesten. Lo más probable es que esos círculos se alejen
cada vez más de una fe sincera, y terminen amenazando a la persona con
arrastrarla a una fe farisaica, de formas exteriores, pero sin contenido
espiritual real.
Digo estas cosas
hablando en primera persona, porque de hecho no sólo las he sufrido, sino que
descuento que las seguiré sufriendo en formas más o menos sutiles. Cuando
logramos superar un escollo y ponemos en ridículo los intentos del tentador, él
volverá con ánimos renovados e intentos más refinados. Donde mejor he
encontrado un relato sobre las distintas formas en que actúa la tentación, es
en la obra del afamado autor Inglés C. S. Lewis, “Cartas de un demonio a su
sobrino”. En clave de humor sutil, este autor nos deleita con relatos de
tentaciones y tentadores, víctimas y victimarios.
La tentación nos
acompaña, a todos, mientras dure la vida. Y si decidimos
trabajar para Dios, no cabe duda que la mayor tentación será la de dejar de
hacerlo. Por esto se puede decir que nadie que decida obrar para Dios está
exento de enfrentar estas tentaciones, estos tremendos obstáculos que ponen a
prueba nuestra voluntad. Si estamos dispuestos a perseverar en el camino de
una conversión genuina y duradera, debemos aprender a advertir estas barreras
que surgirán en nuestros estados de ánimo, para derrotarlas con una entrega
sincera a la Voluntad de Dios.
Señor, hazme
fuerte, dame Tu sabiduría para diferenciar lo bueno y lo malo que se presente
en mi camino de crecimiento interior. Tú lo sabes todo, yo
sólo camino por la senda que me pones por delante, confiado y seguro de que
estás allí. A Ti, honor y gloria; a mí, perseverancia, fortaleza y fe frente
a las tempestades del camino. RdelC
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