La verdad que salva la vida, que se hizo carne en Jesús, enciende el
corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad para
devolver lo que se ha recibido gratuitamente. Ser alcanzados por la presencia
de Dios, que se hace como uno de nosotros en Navidad, es un don inestimable, un
don capaz de hacernos vivir el abrazo universal de los amigos de Dios, en esa
red de amistad con Cristo que une el cielo y la tierra, que orienta la libertad
humana hacia su cumplimiento y que, si es vivida en su verdad, florece con un
amor gratuito y lleno de atención por el bien de todos los hombres.
No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar
gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios.
No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de este exigente y
fascinante compromiso. La alegría de la Navidad que ya experimentamos, al
llenarnos de esperanza, nos empuja al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia
de Dios en medio de nosotros.
La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no
comunicó al mundo una idea, sino el mismo Jesús, el Verbo encarnado.
Invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo
a Cristo Salvador.
Cada cristiano y cada comunidad experimentan la alegría de compartir con
los demás la buena noticia de que Dios amó tanto al mundo que le entregó a su
Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de Él. Este es el auténtico
sentido de la Navidad, que siempre tenemos que redescubrir y vivir
intensamente. SS Benedicto XVI
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