Obispo y
Mártir, 28 de Julio
Martirologio Romano En Nam Dinh, Vietnam, san Melchor García Sampedro, obispo, de la Orden de
Predicadores y mártir, encerrado primero por ser cristiano en una estrechísima
cárcel, y después, por orden del emperador Tu Duc, materialmente despedazado
(1858).
En una pequeña aldea, Cortes, del concejo asturiano
de Quirós, el año 1821, nace Melchor García Sampedro. Un tío suyo sacerdote que
regenta una parroquia cercana le instruye en las primeras letras. A los catorce
años se desplaza a Oviedo. Estudia en la Universidad de esa ciudad Filosofía y
Teología con vistas a ser sacerdote en aquella diócesis. Cuando estaba en los
últimos años de teología decide incorporarse a la Orden Predicadores. Esto le obligó
al terminar sus estudios e incluso tras ser durante algún tiempo profesor en la
Universidad a desplazarse al único convento de dominicos que las leyes
desamortizadoras habían tolerado e España, el de Ocaña.
Toma el hábito y empieza el noviciado en agosto de
1845. Un año después se compromete definitivamente con la Orden. El 29 de mayo
de 1847 sería ordenado sacerdote. Sólo nueve meses después sería destinado a
Manila. Embarcará un siete de marzo de 1848. Con él otros cuatro dominicos
navegaron durante cinco meses y medio, el día de Santiago desembarcaron en la capital
de las islas Filipinas. Se le propone ser profesor en la reconocida universidad
de Santo Tomás de Manila que los dominicos habían fundado y era, y es, el
centro católico de más prestigio del Oriente. Manifiesta, sin embargo, su deseo
de siempre de ser misionero y los superiores respetan esa decisión. Las
misiones a las que quería ser enviado eran las de Tung-King, como entonces se
llamaba el Vietnam de ahora. Si por algo se significaban esas misiones era por
el hecho de que el misionero se jugaba la vida, a causa de las oleadas de
persecuciones que de vez en cuando desataban las autoridades políticas. Llegado
a Tung-King tuvo que enfrentarse antes de nada con el aprendizaje de la lengua
anamita. No debió tardar mucho en hacerse más o menos con ella, porque a los
pocos meses estaba ya ejerciendo el ministerio pastoral, es decir: oyendo
confesiones, predicando. Pronto se le nombró Vicario General del Vicariato
oriental.
La situación de persecución se agudizó y
generalizo. Lo que hizo que la Iglesia quisiera que, junto al obispo titular,
se consagrara también uno coadjutor. Así en el caso del martirio del obispo, la
iglesia no quedaría nunca sin pastor. Mons. José María Díaz Sanjurjo fue delegado
de la santa Sede para elegir y consagrar un obispo coadjutor. Y eligió al que
todos esperaban que lo fuera, Fray Melchor García Sampedro.
San Melchor comenzó su actividad como obispo a los
34 años. Difícil fue su ministerio. Mons. Melchor, ahora un personaje, por su
condición de obispo y por la admiración de sus fieles, encontraba realmente
difícil no ser reconocido por los perseguidores. Sin embargo su ministerio le
obligaba a desplazarse de comunidad cristiana en comunidad cristiana. El
martirio estuvo siempre en sus deseos más profundos. De momento le tocó
presenciar cómo fieles cristianos, sacerdotes, catequistas iban siendo
martirizados. Él pudo contar el encarcelamiento, los sufrimientos y el martirio
del obispo titular, hoy San José María Díaz Sanjurjo. Tuvo lugar el 20 de julio
de 1957.
Fue un tiempo, lo relata el mismo San Melchor de
desplazamientos camuflado, vestido como un hijo de aquella tierra, a pie
descalzo, o en pequeñas barcas...; de catequesis durante las noches, de misa
antes de amanecer. Todo ello viendo cómo la persecución se iba llevando a
catequistas, sacerdotes fieles... Se sentía casi con mala conciencia por ver
que el martirio no le llegaba a él, que tenía como misión alentar esa fe que a
otros les había supuesto ser asesinados.
Se le busca ansiosamente para acabar con su vida.
Tuvo que realizar un duro discernimiento, ofrecerse él a quienes lo buscaban o
seguir ocultándose. El mismo refiere lo que llama el “purgatorio” de no saber
qué hacer. Pero, sin necesidad de salir al encuentro de quienes le buscaban el
13 de mayo escribe a la autoridad de la Orden en España, despidiéndose con
estas palabras “Si ésta es la última, hasta el cielo. Adiós”.
De acuerdo con la estrategia que, como hemos dicho
se seguía, tuvo que proceder a elegir entre los sacerdotes uno que la Santa
Sede nombrara obispo coadjutor. Eligió a Fray Valentín de Berriochoa, vasco de
Elorrio. Un mes después San Melchor fue hecho prisionero. Se le acusaba de
haber entrado en aquel país sin permiso y de ser el jefe de quienes atentaban
contra el emperador Tu-Duc. Siendo cierta la primera razón, fray Melchor
manifestó siempre un cuidado interés en quedar fuera de las decisiones
puramente políticas y en respetar la autoridad política. En las numerosas
cartas que se conservan nunca se encuentra alusión, y menos crítica, a asuntos
puramente políticos.
Fue su sucesor Mons. Valentín, así como otros
sacerdotes, quienes han contado con todo detalle su arresto, su traslado a la
capital de la provincia y su terrible martirio. Pocos martirios podemos ver en
actas de mártires que hayan alcanzado la crueldad infligida a san Melchor.
Extremidades descoyuntadas para atarlas a estacas que estaban a mayor distancia
de lo que permitían sus brazos y piernas, para luego ser cortadas sus
extremidades con un hacha sin filo. Los testigos relatan incluso el número de
golpes que fue necesario dar a sus rodillas, a sus brazos para cortarlos. Le
abrieron el vientre y finalmente le cortaron la cabeza. Era el 28 de julio de
1858. Tenía el santo 37 años
Será su sucesor, San Valentín de Berriochoa,
comentará cómo se cumplió en aquellas tierras una vez más que la sangre de
mártires es semilla de cristiandad. “Por muchos años que hubiera vivido el
santo obispo fray Melchor desarrollando su conocido celo apostólico
difícilmente hubiera convertido al cristianismo más que los que convirtió con
su martirio”, dice el santo.
Cuando llegó a Asturias la noticia del martirio de
san Melchor aún vivían sus padres. Sus restos llegarían años después. Hoy se
veneran en la catedral de Oviedo.
Pío XII lo beatificó junto a su predecesor, José
María Díaz Sanjurjo el 29 de abril de 1951. El 19 de junio de 1988 fue
canonizado por Juan Pablo II, junto con otros 116 mártires de la Iglesia
Vietnamita.
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