En la piedra
fundamental de un Santuario de Schoenstatt están grabadas dos manos abiertas.
Una viene de arriba, otra se adapta desde abajo en esta mano abierta. ¿Y el
significado de esta imagen? Dios precisa al hombre. Dios llama al hombre a su
servicio. El hombre debe ser compañero y colaborador de Dios en el desarrollo
de su Reino.
Ya en el
bautismo recibimos la llamada personal de Dios, para participar en la redención
del mundo y de los hombres. En el Evangelio Jesús nos invita a entregarnos
totalmente por su misión, de seguirle generosamente en su camino. El Señor
formula tres exigencias para los que le quieren seguir:
1ª Exigencia:
“El que encuentra su vida, la perderá: y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Jesús exige
renunciamiento a la realización arbitraria de la vida; exige la lucha contra el
egoísmo y la obstinación; exige entregar y arriesgar la vida para Él y su
Reino.
Sabemos y
experimentamos cada día nuevamente que el egoísmo está muy dentro de nosotros
mismos. Por eso, ninguno de nosotros, si quiere ser colaborador en el Reino de
Jesús, puede desistir de esta lucha diaria. Así tenemos un vasto campo para
nuestra auto educación. E incluso, si no podemos aniquilar este virus del mal
hasta el fin de nuestra vida, lo que importa es que estemos luchando contra él
hasta el último día. Sólo esta abnegación de sí mismo, sólo esta renuncia del
amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y por
el amor a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para
des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo, un
mundo lleno de amor, de entrega, de magnanimidad.
Cada uno por su
camino y según los dones de la gracia está llamado a cumplir servicial y
desinteresadamente sus tareas humanas, por amor a los suyos y a todos los
hombres, y, en definitiva, solamente así vamos a encontrar la vida eterna.
2ª Exigencia: “El
que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
La disposición
para el sufrimiento, la pena y la cruz en el camino del seguimiento, es otra
exigencia del Señor. No debemos buscar el sufrimiento, pero tenemos que
aceptarlo si nos es impuesto. Tenemos que abrazar la cruz, por amor a Jesús y a
la voluntad de Dios Padre.
Jesucristo mismo también se enfrentó con esta dolorosa realidad humana, que afecta a todos y desconcierta a muchos. Su vida es un continuo sacrificio, un diario camino de Cruz. Permanentemente se enfrentó con el sufrimiento, lo santificó, lo sublimó y nos dejó el mensaje consolador de que la cruz tiene un sentido altamente redentor.
Jesucristo mismo también se enfrentó con esta dolorosa realidad humana, que afecta a todos y desconcierta a muchos. Su vida es un continuo sacrificio, un diario camino de Cruz. Permanentemente se enfrentó con el sufrimiento, lo santificó, lo sublimó y nos dejó el mensaje consolador de que la cruz tiene un sentido altamente redentor.
Tomemos, por
eso, con fuerza y fidelidad nuestra cruz de cada día, el gran medio de
redención y semejanza con Jesús y sigámosle. Ofrezcámosla a Él y a la Virgen
María como nuestro aporte más valioso al Capital de gracias.
3ª Exigencia: “El
que ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”.
Es la tercera
exigencia de Jesús para los que le siguen, para los que son verdaderamente
cristianos. A primera vista parece ser una exigencia un poco oscura. Porque
Dios mismo nos puso en el corazón el amor natural a los padres, a los hijos, a
los seres queridos. Y todos sabemos y experimentamos de forma positiva o
negativa cuán decisivo es el ambiente de la familia natural en el éxito o
fracaso de la vida humana. Una inmensa responsabilidad gravita sobre los
padres, más si pensamos en su obligación de desarrollar la vida religiosa en
sus hijos. Porque padre y madre, en primer lugar, son los responsables de que
los suyos encuentren una relación profundamente personal con Dios, un amor sano
hacia Dios y hacia los demás. Por eso, como en ningún otro campo de la vida
humana, es necesario la conducción de Dios en la educación y formación de la
juventud.
Pero Jesús no se
pronuncia contra el amor familiar.
Pone en claro el
criterio, cuando se trata de jerarquizar el amor y sus exigencias: Dios está
por encima de todo. Las exigencias más nobles del amor humano pasan al segundo
plano, cuando Cristo se hace presente con sus exigencias. También María, la
Madre de Jesús y San José tuvieron que experimentar esta contradicción. Fue
cuando Jesús, a la edad de doce años, por voluntad del Padre celestial se quedó
en el templo, a pesar de ser buscado desesperadamente por sus padres.
Creo que en
nuestra época de conflictos de generación, sobre todo los jóvenes que sienten
vocación religiosa, se encuentran ante esta alternativa. Porque no raras veces
tienen que conquistarse su misión personal, tienen que tomar sus decisiones de
vida, tienen que arreglar su propia existencia- contra la opinión y contra la
voluntad de sus padres y familiares. Pero también cada uno de nosotros puede
llegar, un día, a la situación de tener que renunciar a afectos familiares o
amistosos, para poder obedecer a Dios, sin ninguna restricción.
Queridos
hermanos, pidámosle entonces a la Virgen María que nos dé fuerzas para seguirle
fielmente a su Hijo, por todos los caminos que Él quiere llevarnos. Y que Ella
sea nuestra gran estrella en el caminar detrás de las huellas del Señor. NS
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