La venganza anidada en el corazón del hombre, cuando no se le pone
límite, es capaz de acabar con los individuos en conflicto e incluso con
naciones enteras, provocando guerras, hambre, sangre inocente derramada y
enemistades que pueden durar siglos enteros. Por eso, aunque nos parezca una
ley de gente bárbara, en uno de los códigos más antiguos, grabado en piedra, en
el Código de Hammurabi, se intenta legislar para que los hombres no tengan que
pagar más allá de sus propias faltas y nunca de una manera desproporcionada.
Aunque tiene sus diferencias, con ese códice, el Antiguo Testamento
habla ya de la ley del Talión, que se expresa de esta manera: “Cada quién
pagara vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por
mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”
(Ex 21, 23-25) y que venía ya a ser una norma moral, un avance en la
convivencia no ciertamente fácil entre los hombres, intimando a dejar los
deseos de venganza desmedida, para contentarse con un daño proporcionado al
daño recibido.
Cristo conoció esta ley, reconociendo su legitimidad y su efectividad
para su tiempo, pero entre aquellas frases que nos ha dejado: “han oído que se
dijo… pero yo os digo”, hoy después de habernos hablado de sus
bienaventuranzas, luego de que nos ha pedido convertirnos en sal y en luz para
las gentes que nos rodean, y después de habernos indicado que él no venía a
abolir los dichos de sus antiguos sino que venía a darles plenitud, hasta
hacernos llegar hasta las grandes alturas de la santidad y del heroísmo, Cristo
deja caer sobre nuestros ánimos algo que si no lo vemos como un consejo de
abuelita, tendría que cambiar radicalmente nuestras vidas:
Cristo fue muy preciso y muy claro y muy tajante sobre lo que él quiere
de los que se han convertido en sus seguidores: “Han oído que se dijo:
ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo en cambio, les digo: Amen a sus
enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen
y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su
sol sobre los buenos y los malos y manda su lluvia sobre los justos y los
injustos".
¡Menudo lío en el que nos mete Jesús! Si no tuviéramos fe, ¿cómo
podríamos amar al que te ha dejado sin casa y sin familia porque su voracidad
ha sido grande y sin medida? Quién que no tenga fe ¿podría siquiera pensar en
hacer el bien a los que saben que te odian, que te ven como objeto inservible,
para quienes sólo eres útil mientras pueden servirse de ti, pero al que
han tirado cuando ya te han sacado todo el jugo? Y ¿Quién se
atrevería a rogar por los que te persiguen y te ha calumniado hasta dejarte en
la lona?
Sin embargo, no nos movamos a engaño. El hecho de Cristo te pida que
dejes de usar la violencia, la venganza y el odio como el móvil de tu vida, eso
no quiere decir que debamos de quedarnos callados y con los brazos cruzados
ante la injusticia y la maldad. Cristo mismo no procedió así. Él nunca se
doblegó ante la injusticia del Imperio romano; a Herodes lo llamó
“don nadie”, zorro; a los ricos a les señaló su gran dificultad para llegar al
Reino de los cielos; a los fariseos los denunció por manipular las
conciencias de los pobres y a los sumos sacerdotes por haber convertido las
cosas de Dios en un negocio.
Y si no nos acabamos de reponer de la sorpresa que nos han causado las
palabras de Cristo, todavía podemos sorprendernos un poco más, cuando el
profeta Isaías nos llama a la santidad, porque nos hemos acercado Dios que es
tres veces santo, y todavía más, el mismo Cristo, en el colmo del heroísmo y la
santidad, nos pide escuetamente: “Sean perfectos como su Padre celestial es
perfecto”. Ya tenemos trabajo para rato, ¿Tú ya comenzaste? ARM
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