Texto del Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos
empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por
qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo
que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron
hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y
comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y
dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido
instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo
del hombre también es señor del sábado».
«El sábado ha sido instituido para el
hombre y no el hombre para el sábado»
Comentario: Rev. D. Ignasi FABREGAT i
Torrents (Terrassa, Barcelona, España)
Hoy como ayer, Jesús
se las ha de tener con los fariseos, que han deformado la Ley de Moisés,
quedándose en las pequeñeces y olvidándose del espíritu que la informa. Los
fariseos, en efecto, acusan a los discípulos de Jesús de violar el sábado (cf.
Mc 2,24). Según su casuística agobiante, arrancar espigas equivale a “segar”, y
trillar significa “batir”: estas tareas del campo —y una cuarentena más que
podríamos añadir— estaban prohibidas en sábado, día de descanso. Como ya
sabemos, los panes de la ofrenda de los que nos habla el Evangelio, eran doce
panes que se colocaban cada semana en la mesa del santuario, como un homenaje
de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.
La actitud de Abiatar
es la misma que hoy nos enseña Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos
importancia han de ceder ante los mayores; un precepto ceremonial debe ceder
ante un precepto de ley natural; el precepto del reposo del sábado no está,
pues, por encima de las elementales necesidades de subsistencia. El Concilio
Vaticano II, inspirándose en la perícopa que comentamos, y para subrayar que la
persona ha de estar por encima de las cuestiones económicas y sociales, dice:
«El orden social y su progresivo desarrollo se han de subordinar en todo
momento al bien de la persona, porque el orden de las cosas se ha de someter al
orden de las personas, y no al revés. El mismo Señor lo advirtió cuando dijo
que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado
(cf. Mc 2,27)».
San Agustín nos dice:
«Ama y haz lo que quieras». ¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por
aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que
hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los
enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de
Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras
obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente
para que le podamos amar a Él.
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