Texto del
Evangelio (Lc 12,35-38): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén ceñidos vuestros lomos y las
lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la
boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los
siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se
ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que
venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de
ellos!».
«Sed como hombres que esperan a que
su señor vuelva de la boda»
Comentario:
Rev. D. Miquel VENQUE i To (Barcelona, España)
Hoy es preciso fijarse en estas palabras de
Jesús: «Sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para
que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran» (Lc 12,36). ¡Qué alegría descubrir que, aunque sea pecador y
pequeño, yo mismo abriré la puerta al Señor cuando venga! Sí, en el momento de
la muerte seré yo quien abra la puerta o la cierre, nadie podrá hacerlo por mí.
«Persuadámonos de que Dios nos pedirá cuentas no sólo de nuestras acciones y
palabras, sino también de cómo hayamos usado el tiempo» (San Gregorio Nacianceno).
Estar en la puerta y con los ojos abiertos es un
planteamiento clave y a mi alcance. No puedo distraerme. Estar distraído es
olvidar el objetivo, querer ir al cielo, pero sin una voluntad operativa; es
hacer pompas de jabón, sin un deseo comprometido y evaluable. Tener puesto el
delantal significa estar en la cocina, preparado hasta el último detalle. Mi
padre, que era agricultor, decía que no se puede sembrar si la tierra está
‘enfadada’; para hacer una buena siembra hay que pasearse por el campo y tocar
las semillas con atención.
El cristiano no es un náufrago sin brújula, sino
que sabe de dónde viene, a dónde va y cómo llegar; conoce el objetivo, los
medios para ir y las dificultades. Tenerlo en cuenta nos ayudará a vigilar y a
abrir la puerta cuando el Señor nos avise. La exhortación a la vigilancia y a
la responsabilidad se repite con frecuencia en la predicación de Jesús por dos
razones obvias: porque Jesús nos ama y nos ‘vela’; el que ama no se duerme. Y,
porque el enemigo, el diablo, no para de tentarnos. El pensamiento del cielo y
del infierno no podrá distraernos nunca de las obligaciones de la vida
presente, pero es un pensamiento saludable y encarnado, y merece la
felicitación del Señor: «Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si
los encuentra así, ¡dichosos de ellos!» (Lc
12,38). Jesús, ayúdame a vivir atento y vigilante cada día, amándote
siempre.
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