Imaginemos
una persona convencida de que no sirve para algo determinado. Por ejemplo, se
ha convencido de que es un mal estudiante. Con esa expectativa de fracaso, ¿Qué
proporción de sus recursos personales será capaz de movilizar?
Parece
obvio que la mayor parte de su potencial quedará inactivo. Esa persona ya se ha
dicho así mismo que no sabe, que no se le da bien eso de estudiar, que nunca
podrá ser un estudiante brillante. Lo malo es que el problema se agrava con su
primera consecuencia: si comienza las clases o las horas de estudio con esas
perspectivas, ¿Qué actitudes tomará? ¿Serán actitudes seguras, positivas,
firmes, enérgicas? ¿Reflejarán sus verdaderas posibilidades? Lo más probable es
que no.
Cuando
una persona está convencida de que va a fracasar, ¿qué motivos tiene para poner
un esfuerzo intenso y constante? Empieza con unas convicciones que subrayan lo
que no puede hacer, y esas convicciones refuerzan actitudes de pasividad, de
titubeo, de falta de firmeza. Movilizará una parte muy pequeña del potencial de
sus recursos personales. ¿Qué resultados se derivarán de todo esto? Con toda
seguridad serán unos resultados mediocres, en el mejor de los casos. Y esos
resultados mediocres muy posiblemente reforzarán su convencimiento negativo
inicial, la mala valoración que esa persona hace de sí misma, que estuvo en el
origen del problema: no sirvo para estudiar, y esto no cambiará.
Es éste un
ejemplo clásico de espiral descendente, de círculo vicioso de equivocada
valoración de uno mismo. Cuando se cae en esa dinámica, el fracaso llama al
fracaso. Además, con el paso de los años, al ser mayor el tiempo que han estado
privadas de la experiencia de obtener buenos resultados, aumenta cada vez más
su convencimiento de que son incapaces de alcanzarlos. Esto les lleva a hacer
poco o nada por descubrir y potenciar sus propios recursos. Más bien, suelen
tender a buscar la manera de quedarse tal como están haciendo el mínimo
esfuerzo posible.
Imaginemos
ahora a otra persona (o a esa misma pero con una actitud diferente). Tiene
ilusión y esperanza. Tiene la convicción de que puede hacer rendir mucho más
sus talentos. No digo que se crea ser lo que no es, sino que cree que puede
sacar más partido a lo que en realidad es. ¿Qué proporción de sus recursos
utilizará esa persona? Es indudable que mucho mayor. ¿Qué clase de actitudes
tomará? Lo más probable es que sean más animosas, más seguras, con mayor
energía. Estará convencida de que llegará más lejos, y pondrá más empeño para
lograrlo. Con ese esfuerzo, producirá, con toda seguridad, resultados mejores.
Es una
dinámica opuesta al círculo vicioso del que hablábamos antes. En este caso, el
avance llama al avance (igual que antes el fracaso llamaba al fracaso). Cuando
hay fe y hay esperanza, cada paso adelante genera más fe y más esperanza, y nos
anima a avanzar a un paso aún más decidido.
Pero...,
podríamos preguntarnos, ¿es que acaso esas personas no van a fracasar nunca?
¿Es que basta con estar convencido de poder alcanzar algo para alcanzarlo? ¿No
es confundir la ilusión con la realidad?
Es evidente
que esas personas también fracasarán muchas veces, como todo el mundo. En el
camino de la mejora personal, que es el camino hacia la felicidad, si alguien
habla de un avance lineal y sin ningún traspié, sabe muy poco de la realidad
humana. Pero no todo traspiés tiene por qué ser negativo: cabría citar aquí eso
de que quien tropieza y no cae, avanza dos pasos.
La vida
nuestra, nuestra historia personal, o la historia de la humanidad, nos muestra
numerosos ejemplos de cómo mantener unas convicciones claras y firmes
proporciona siempre a una persona una inagotable fuente de energía. Cuando, en
cada pequeña o gran batalla diaria, sale victoriosa, se alegra y sigue
adelante; y cuando fracasa, saca experiencia y sigue también adelante poniendo
toda su ilusión.
Está claro que
hay otros casos, bien distintos, de personas que en su ingenuidad piensan que
pueden llegar a donde jamás podrán llegar. Son hombres o mujeres ingenuos, más
o menos voluntaristas, mejor o peor intencionados, pero en todo caso muy poco
cercanos a su realidad personal y a la realidad que les rodea. No me estoy
refiriendo a esos casos, que además suelen ser pocos y bien patentes. Me
refiero a las personas normales y corrientes, que comprenden que la clave de su
vida no está lo que hayan recibido o les haya ocurrido, sino más bien en la
interpretación que dan a eso cada día y lo que hacen en consecuencia. AA
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