Una mujer
visita al ginecólogo y pide hacer un diagnóstico prenatal. Desea conocer la
raza de su hijo. Si no es de la raza deseada, quiere abortarlo.
Unos esposos
(el caso es real) piden un test prenatal para saber de qué sexo es el embrión.
Al descubrir que es niña, piden el aborto.
Los motivos
que llevan a pedir el aborto son múltiples y variados. Unos lo piden si el hijo
está enfermo. Otros porque se acerca el verano y quieren salir de vacaciones.
Hay quien decide abortar ante las amenazas del jefe de trabajo: si la mujer
sigue adelante con su embarazo, tendrá derecho a varios meses de ausencia por
maternidad, pero ya no habrá renovación del contrato.
La realidad es
así de cruda: existe el aborto porque alguien quiere abortar. Y alguien quiere
abortar porque cree que sus motivos son ‘suficientes’ para que un hijo sea
eliminado, y porque olvida la injusticia que se comete en cada aborto.
Cuando un
político dice, para defender el aborto, que no debe ser impuesta la maternidad
a ninguna mujer, declara que está a favor de la injusticia. Porque es
injusticia cualquier acto por el cual unos seres humanos dañan o eliminan a
otros seres humanos. Porque es mucho más grave esa injusticia cuando el
eliminado es un hijo en los momentos más débiles de su existencia: durante los
meses del embarazo.
El aborto no
es simplemente una ‘salida’ ante la ‘imposición’ de un embarazo. Es más bien la
opción por no asumir la hermosa tarea de cuidar y defender la vida del hijo:
porque se quieren evitar ciertos problemas, o para mantener abiertos proyectos
personales, o para eliminar al embrión no deseado en vistas a conseguir, más
adelante, otro que supere el ‘test’ de las preferencias maternas o paternas.
Un auténtico
político no puede aceptar como válido ningún motivo, desde los más ‘serios’
hasta los más triviales y escandalosos, porque ningún motivo puede avalar la
petición de quienes piden eliminar al hijo no nacido.
Es cierto que
nadie puede obligar a nadie a amar. Pero también es cierto que el estado tiene
la obligación de garantizar el respeto de los derechos fundamentales de cada
uno de los habitantes dentro de sus fronteras. Por eso, todos debemos respetar
la vida de quienes viven a nuestro lado, aunque nos resulten antipáticos. Por
eso también la sociedad, los médicos, los políticos, deben ayudar a las mujeres
para que nunca permitan o busquen la muerte de sus hijos, ni antes ni después
del parto.
El respeto a
la vida de los inocentes nos lleva a descubrir que no existe ningún motivo
válido para el aborto. O, lo que es lo mismo en positivo, que una sociedad
justa tiene motivos poderosos para decir sí a la vida de los embriones: la
defensa de la justicia y la tutela de la vida de los más indefensos y más
pequeños de entre los seres humanos, los hijos durante los meses de embarazo. FP
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