lunes, 20 de enero de 2020

No hay motivos válidos para el aborto

Una mujer visita al ginecólogo y pide hacer un diagnóstico prenatal. Desea conocer la raza de su hijo. Si no es de la raza deseada, quiere abortarlo.
Unos esposos (el caso es real) piden un test prenatal para saber de qué sexo es el embrión. Al descubrir que es niña, piden el aborto.
Los motivos que llevan a pedir el aborto son múltiples y variados. Unos lo piden si el hijo está enfermo. Otros porque se acerca el verano y quieren salir de vacaciones. Hay quien decide abortar ante las amenazas del jefe de trabajo: si la mujer sigue adelante con su embarazo, tendrá derecho a varios meses de ausencia por maternidad, pero ya no habrá renovación del contrato.
La realidad es así de cruda: existe el aborto porque alguien quiere abortar. Y alguien quiere abortar porque cree que sus motivos son ‘suficientes’ para que un hijo sea eliminado, y porque olvida la injusticia que se comete en cada aborto.
Cuando un político dice, para defender el aborto, que no debe ser impuesta la maternidad a ninguna mujer, declara que está a favor de la injusticia. Porque es injusticia cualquier acto por el cual unos seres humanos dañan o eliminan a otros seres humanos. Porque es mucho más grave esa injusticia cuando el eliminado es un hijo en los momentos más débiles de su existencia: durante los meses del embarazo.
El aborto no es simplemente una ‘salida’ ante la ‘imposición’ de un embarazo. Es más bien la opción por no asumir la hermosa tarea de cuidar y defender la vida del hijo: porque se quieren evitar ciertos problemas, o para mantener abiertos proyectos personales, o para eliminar al embrión no deseado en vistas a conseguir, más adelante, otro que supere el ‘test’ de las preferencias maternas o paternas.
Un auténtico político no puede aceptar como válido ningún motivo, desde los más ‘serios’ hasta los más triviales y escandalosos, porque ningún motivo puede avalar la petición de quienes piden eliminar al hijo no nacido.
Es cierto que nadie puede obligar a nadie a amar. Pero también es cierto que el estado tiene la obligación de garantizar el respeto de los derechos fundamentales de cada uno de los habitantes dentro de sus fronteras. Por eso, todos debemos respetar la vida de quienes viven a nuestro lado, aunque nos resulten antipáticos. Por eso también la sociedad, los médicos, los políticos, deben ayudar a las mujeres para que nunca permitan o busquen la muerte de sus hijos, ni antes ni después del parto.
El respeto a la vida de los inocentes nos lleva a descubrir que no existe ningún motivo válido para el aborto. O, lo que es lo mismo en positivo, que una sociedad justa tiene motivos poderosos para decir sí a la vida de los embriones: la defensa de la justicia y la tutela de la vida de los más indefensos y más pequeños de entre los seres humanos, los hijos durante los meses de embarazo. FP

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