“¿Un mensaje razonable? No experimentar pánico
frente al coronavirus, que hasta ahora mostró un comportamiento expansivo a nivel geográfico, pero bastante benigno,
con un índice de mortalidad que no llegó al 2,5%. Sí hay que tener la guardia alta en los ingresos al
país, aislar casos sospechosos y entender que el alcohol en gel es menos efectivo que lavarse bien las manos varias
veces por día”. Preciso y enfático, Domingo Palmero, médico director del
Instituto de tisioneumonología “Profesor Dr. Raúl Vaccarezza” (dependiente de
la Facultad de Medicina de la UBA),
le puso paños fríos al tono dramático que domina, por estas horas, la
marea informativa sobre el COVID-19.
Porque entre los apocalípticos y los negadores hay
sitio para la sensatez. Es cierto que desde la OMS arrojaron ese angustiante
“hay que estar preparados para una pandemia”, y que en sólo cinco semanas el
contador pasó de cero a 2.800 muertos, y también de cero infectados a más de
81.000, en más de 40 países. Ahora bien, ¿y las 30.354 personas que contrajeron el coronavirus y se recuperaron?
Asumiendo que la cepa llegará en algún momento a la Argentina, ¿qué tan amenazante es la enfermedad? ¿Cuánto
peor que las variantes de influenza o gripes invernales?
Las cifras amedrentan o tranquilizan, según su
presentación. Mientras la mortalidad del coronavirus está entre el 2% y el 2,5% de los casos
(porcentajes que aumentan en los grupos de riesgo: bebés y adultos
mayores), otros “bichos” ayudan a ver la magnitud de esas cifras, dijo Palmero:
“La familia de los coronavirus son especies animales que saltaron y emitieron
una patología humana. Además del agresivo Síndrome Respiratorio de Medio
Oriente (MERS), que produjo cuadros respiratorios graves pero no salió
mucho del área de Medio Oriente, hubo uno muy grave, el SARS (en español, Síndrome Respiratorio Agudo y Grave), que
mostró una alta tasa de mortalidad, de entre el 10% y el 20% de los casos. Por suerte fue localizado y controlado.
Esa sí generó pánico realmente”.
Pero cada invierno miles de seres en el mundo
(la OMS dice que de 3 a 5 millones)
contraen gripe estacional, es decir, influenzas producidas por los virus
estacionales A, B, C o D. Transitan un par de semanas largas con decaimiento,
fiebre, tos seca, dolores articulares y secreción nasal. Los antibióticos
les hacen cosquillas a esos virus.
Como no es obligatorio informar los casos de gripe,
las estadísticas hacen agua. La OMS calcula que entre 5% y el 13% de los casos de influenza son letales. Una medición
reciente del Centro Nacional de
Estadísticas de Salud de Estados Unidos indica que “el 6,8 % de las muertes
que ocurrió durante la semana que finalizó el 8 de febrero del 2020 se debió a
casos de neumonía e influenza”. Bastante
más que el coronavirus.
Palmero explicó que la persona que contrae COVID-19
puede manifestarlo con distintos niveles de gravedad (leve, grave o mortal), en
sintonía con el comportamiento de cualquier gripe estacional: “Es
relativamente benigno el cuadro. Puede ser un resfrío o un cuadro gripal,
o haber, en cambio, compromiso respiratorio pulmonar, que se llama neumonitis viral. No son tantos los
que llegan a ese cuadro. Hay que decir que la mayoría de los muertos son
personas con enfermedades asociadas y ancianos”.
Otro dato importante es que mientras se
detectan más enfermos y más muertos en más países, siguiendo los datos de la
OMS, bajó la velocidad con la que
crecía el número de casos. Esta tendencia en dirección a un amesetamiento
tiene su lógica, explicó Palmero: “Hay algo que llamamos el genio epidémico, que sería el
temperamento del virus. Pero, sea más o menos agresivo, todas las epidemias
tienen un ciclo, una
fase inicial, con pocos casos; luego, un ascenso rápido que puede
incluso tener una multiplicación geométrica. Después, un punto máximo, y a
partir de ahí empieza la declinación porque se van agotando los huéspedes
susceptibles. Así evoluciona cualquier agente infeccioso, incluso el VIH”.
El problema es que si el coronavirus llegara a la
Argentina y se replicara generando una epidemia, podrían verse todas las etapas del ciclo epidemiológico clásico, más allá de lo que ocurra a
nivel global.
De todos modos, ni el virus es tan agresivo
ni su tasa de mortalidad es tan alta. La razón por la que vale la
pena atender sanitariamente al coronavirus está justamente en este
punto: “Un nuevo virus se ha hospedado en la especie humana y, en la
medida en que se replique de persona a persona, los virus hacen lo que se llama
deriva antigénica, y es que
pueden adquirir más virulencia”.
Las llamadas mutaciones.
“Si mutará o no y cómo, no es previsible. Sería
irresponsable no prestar atención a una epidemia que progresivamente se
transforma en pandemia, a causa de un virus que no es tan riesgoso como el N1H1
(el de la gripe A de 2009), pero que no sabemos cómo será en el futuro”, aclaró
el médico.
No son pocos los que por lo bajo señalan una
“demora” en la reacción del Ministerio de Salud para hacer efectivos los
controles fronterizos y aislar casos sospechosos de coronavirus. Para Palmero,
“el control de las puertas al país es clave, tanto en los aeropuertos como en
las zonas marítimas. Sirve para prevenir que ingresen pacientes con el virus y
aislarlos si hiciera falta, hasta que hagan su evolución. Son dos semanas y el curso de la enfermedad es breve, de
una o dos semanas, si todo va bien”.
Además, dijo, es necesario “tener las
instituciones de salud preparadas para contener posibles contagios”.
¿Qué puede hacer uno mientras tanto? ¿Stockear barbijos y alcohol en gel?
Nada de eso, aclaró: “La transmisión se hace a corta distancia, por microgotas
y contacto, igual que el resfrío y la gripe. El barbijo es una medida relativa
porque no evita el contacto y los que se venden en farmacias sirven más para
proteger a los demás del resfrío de uno que al revés. El alcohol en gel es útil luego de haberse lavado las manos, que
es realmente la medida más importante y fundamental para prevenir afecciones
respiratoria”. PS
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