Texto del
Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis
recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo
vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por
las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que
ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Y cuando
oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en
las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en
verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar,
entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está
allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro
para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu
ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
«Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
Comentario:
Pbro. D. Luis A. GALA Rodríguez (Campeche, México)
Hoy comenzamos nuestro itinerario hacia la
Pascua, y el Evangelio nos recuerda los deberes fundamentales del cristiano, no
sólo como preparación hacia un tiempo litúrgico, sino en preparación hacia la
Pascua Eterna: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres,
para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial» (Mt 6,1). La
justicia de la que habla Jesús consiste en vivir conforme a los principios
evangélicos, sin olvidar que «si vuestra justicia no supera la justicia de los
doctores de la ley y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20).
La justicia nos lleva al amor, manifestado en la
limosna y en obras de misericordia: «Cuando hagas limosna que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha» (Mt
6,3). No es que se deban ocultar las obras buenas, sino que no debe
pensarse en la alabanza humana al hacerlas, ni desear algún otro bien. En otras
palabras, debo dar limosna de tal modo que ni yo tenga la sensación de estar
haciendo una cosa buena que merece una recompensa por parte de Dios y elogio
por parte de los hombres.
Benedicto XVI insistía en que socorrer a los
necesitados es un deber de justicia, aun antes que un acto de caridad: «La
caridad va más allá de la justicia (…), pero nunca carece de justicia, la cual
lleva a dar al otro lo que es ‘suyo’, lo que le corresponde en virtud de su ser
y de su obrar». No debemos olvidar que no somos propietarios absolutos de los
bienes que poseemos, sino administradores. Cristo nos ha enseñado que la
auténtica caridad es aquella que no se limita a ‘dar’ la limosna, sino que
lleva a ‘darse’ uno mismo, a ofrecerse a Dios como culto espiritual (cf. Rom 12,1). Ése sería el verdadero
gesto de justicia y caridad cristiana, «y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará» (Mt 6,4).
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