Replicando
Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha
revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo
te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las
puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
«Y yo te digo que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»
Comentario: Rev.
D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el
siglo IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don
de Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el
Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para
realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te
digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido sólo
Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los
Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).
Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del
ministerio petrino de manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la
caridad, han sido fuente de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión
de confirmar en la verdad a sus hermanos.
Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a
Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple
negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo
sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn
21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo
de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido
anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn
21,16.17).
Esta potestad no es por mérito propio, como
tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado
esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una
autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano
Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico:
Servus servorum Dei.
Se trata, por tanto, de un poder para servir la
causa de la unidad fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar
por el Sucesor de Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de
agradecer a Dios este gran regalo.
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