La Cuaresma es a menudo sinónimo de penitencia y privaciones,
cuando de lo que se trata es de conversión y de vuelta a las fuentes
evangélicas. Durante este periodo que precede a la Pascua los cristianos y la
Iglesia están particularmente llamados a liberarse de las ataduras del pecado y
de todo lo que conduce a él, a apartar los obstáculos que estorban el camino
hacia Dios y el encuentro fraterno con los otros. Esto no se consigue sin
renuncias. Pero estas renuncias son medios para liberar el cuerpo, el corazón y
el espíritu de todo lo que dificulta la marcha, no objetivos que tengan un
valor intrínseco. Aunque cuesten, no tienen nada de frustrante; todo lo
contrario. Inspiradas por la fe en la misericordia y el amor de Dios, no
producen absolutamente ninguna forma de tristeza debilitadora. La palabra de
Dios traza los caminos de la verdad y de la vida. La oración mantiene su
orientación sobrenatural y su apertura a la gracia. La caridad, por último, los
guarda de todo tipo de repliegue sobre sí mismo y de formalismo.
La Cuaresma nos invita a tomar en serio las llamadas y
advertencias de Dios, las enseñanzas y el ejemplo de Cristo, la fe y la
esperanza en el Reino futuro. Todo ha de valorarse con criterios seguros: el
mundo y cuanto contiene, los bienes de este mundo y la vida misma. Sin duda hay
opciones más costosas, pero han de hacerse con conocimiento de causa, es decir,
con plena libertad y con la alegría del Espíritu Santo. Aunque tamizada, la luz
de la Pascua nunca desaparece del todo: se filtra a lo largo de toda la
Cuaresma.
Cristo nos precede y acompaña. Él ha vencido a Satanás superando sus tentaciones (primer domingo de los tres ciclos) y muestra su gloria para animar a sus discípulos en el arduo camino de la fe (segundo domingo de los tres ciclos). El es la fuente de agua viva, la luz que devuelve la vista a los ciegos y la vida a los muertos (ciclo A). Mesías crucificado, fuerza y sabiduría de Dios, ofrece la salvación a los que acuden a él, y, desde la cruz, atrae a todos los hombres hacia él (ciclo B). Revela la paciencia y la infinita misericordia del Padre, que, con los brazos abiertos, acoge a sus hijos pródigos, e invita a la fiesta del regreso a los hijos que se han quedado en casa (ciclo C).
Cristo nos precede y acompaña. Él ha vencido a Satanás superando sus tentaciones (primer domingo de los tres ciclos) y muestra su gloria para animar a sus discípulos en el arduo camino de la fe (segundo domingo de los tres ciclos). El es la fuente de agua viva, la luz que devuelve la vista a los ciegos y la vida a los muertos (ciclo A). Mesías crucificado, fuerza y sabiduría de Dios, ofrece la salvación a los que acuden a él, y, desde la cruz, atrae a todos los hombres hacia él (ciclo B). Revela la paciencia y la infinita misericordia del Padre, que, con los brazos abiertos, acoge a sus hijos pródigos, e invita a la fiesta del regreso a los hijos que se han quedado en casa (ciclo C).
La Cuaresma tiende también a presentarse como un largo retiro
espiritual. Mayor fidelidad y fervor en el cumplimiento de los compromisos
religiosos, participación en especiales «prácticas espirituales», moderación en
la bebida, la comida y las diversiones, actos de caridad y gestos de
solidaridad hacia los más pobres, son, en esta perspectiva, otros tantos temas
de la predicación cuaresmal tradicional. Pero todo eso no hace de la Cuaresma
un paréntesis piadoso en la vida ordinaria de los cristianos y de la Iglesia.
Su finalidad es mover a la experiencia de lo que la existencia cristiana
personal y eclesial debería ser siempre. De hecho, durante los cuarenta días de
la Cuaresma no se propone realmente nada extraordinario con respecto a las
exigencias fundamentales del Evangelio.
Más bien se nos recuerdan con insistencia para que, personal
y comunitariamente, nos esforcemos por integrarlas o reintegrarlas mejor en la
vida cotidiana, al precio, si es necesario, de cuestionamientos y reajustes.
Porque la predicación del Señor, de los apóstoles y de la Iglesia urge a los
fieles y a las comunidades a progresar sin cesar durante todo el año; no hay
vida cristiana sin conversión continua. La primera lectura de cada domingo de
Cuaresma evoca alguna de las grandes etapas de la historia de la salvación.
Para comprender la novedad del Evangelio hay que tener
presente lo que lo ha preparado misteriosamente. Esta rememoración dirige la
mirada, no hacia el pasado, sino hacia el presente y el futuro, hacia el
cumplimiento del designio de Dios hoy y la esperada vuelta del Señor.
Finalmente, la Cuaresma nos hace recorrer cada año, junto con
los catecúmenos, las diversas etapas de la iniciación cristiana. «¡Convertíos
en lo que sois!», repite sin cesar y de múltiples maneras la liturgia
cuaresmal.
«Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva
principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada
día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga
que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para
que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la
redención. Por ello, en estos días, hay que poner especial solicitud y devoción
en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo». (SAN LEÓN
MAGNO, Sermón 6 sobre la cuaresma 1-2: PL 54, 285-287) JAP
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