Mártires, 28 de Febrero
Elogio: Conmemoración
de los santos presbíteros, diáconos y otros muchos, que en Alejandría de
Egipto, en tiempo del emperador Galieno, al declararse una gravísima epidemia,
se entregaron al servicio de los enfermos hasta morir ellos mismos, motivo por
el cual la piedad de los creyentes los consideró corno mártires.
La peste había hecho estragos en la mayor parte del
Imperio Romano, durante los años 249 a 263. Se dice que en Roma habían muerto
cinco mil personas en un sólo día. La ciudad de Alejandría fue una de las más
severamente castigadas por la epidemia; san Dionisio de Alejandría nos dice que
ahí se declaró el hambre, y que esto había provocado tumultos y violencias tan
graves, que era más fácil ir de un extremo al otro del mundo conocido, que
atravesar de una calle a otra en el interior de la ciudad. A estas desgracias
vino a añadirse la peste, que causó tales estragos, que no había casa en la que
no se llorara por lo menos a un muerto. Los cadáveres yacían insepultos; el
aire estaba cargado de microbios y de los vapores pestilenciales del Nilo. Los
sobrevivientes vagaban aterrorizados y el miedo volvía a los paganos crueles,
aun con sus parientes más cercanos. En cuanto alguien caía enfermo, sus amigos
huían de él; los enfermos eran arrojados de su propia casa, antes de morir.
En tan angustiosas circunstancias, los cristianos
de Alejandría dieron gran ejemplo de caridad. Durante las persecuciones de
Decio, Galo y Valeriano habían tenido que ocultarse; sólo podían reunirse en
secreto, o en los barcos que partían de Alejandría, o en las prisiones. La
peste les permitió salir de sus escondrijos. Sin temor al peligro, acudieron a
asistir a los enfermos y a reconfortar a los moribundos; cerraban los ojos a
los muertos y transportaban los cadáveres. Aunque sabían perfectamente que se
exponían a contraer el mal, lavaban y enterraban decentemente a las víctimas de
la enfermedad. El obispo de la ciudad escribió: «Muchos que habían curado a
otros murieron apestados. La muerte nos ha arrebatado así a los mejores de
nuestros hermanos: sacerdotes, diáconos y laicos excepcionales. Su heroica
muerte, motivada por la fe, apenas es inferior a la de los mártires».
Reconociendo el valor de estas palabras de san Dionisio, el Martirologio Romano
honra a esos distinguidos cristianos como mártires. La caridad que mostraron
asistiendo a sus perseguidores en las enfermedades, es un ejemplo de lo que
debe ser nuestra actitud con los pobres, que no son nuestros enemigos, sino nuestros
correligionarios.
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