¿Qué tal si un día de cansancio, al terminar la jornada se comienza a
soñar con el famoso Miguel Ángel Buonarroti? sería genial, especialmente si
nunca se ha tenido un sueño con alguien como él...
Más
extraño aún sería no poder hablar porque aunque se deseara, las palabras no
salen de la boca. Entonces, toma su martillo, agarra con la otra mano el cincel
(uno realmente enorme) y comienza la acción. Tal vez se podría gritar del susto
pero no es posible. Se siente la descarga del martillo y una parte que se
desprende. Una y otra vez se clava el cincel sin piedad y se experimenta cómo
la tortura se prolonga pero aún ser sigue vivo... Días después en otra
habitación, hay un espejo y ahora se entiende todo...
¿Qué tal
si un día se tiene este sueño? Si en medio de la noche se está convencido de
ser un bloque de mármol y Miguel Ángel logra una de sus obras más famosas: la
Piedad, o el Moisés ¿verdad que habrían valido la pena los ‘garrotazos’? ¿Quién
se lamentaría al ver el resultado a pesar de tanto dolor?
Sin
embargo sucede que el artista de hoy en día, en la hermosura del arte de la
educación, son otros; papás, mamás, profesores, sacerdotes... Pero cuando ha de
caer el martillo para dar el ‘golpe’, el ‘mármol’ sí se lamenta, y los
artistas, movidos por compasión, desisten. El resultado: mucho cariño, que
nadie duda que sea sincero, pero finalmente el mismo trozo de mármol intacto.
Quisieran
tal vez ser como ángeles protectores que pudieran estar el día entero cuidando
a esa criaturita indefensa y evitándole todo mal posible porque le ha tocado
vivir en un mundo supremamente injusto y sin compasión. Quisieran que nunca
conocieran el dolor, la tristeza, el fracaso, todas esas cosas que tal vez
ellos sí han tenido que padecer y que se siente sería mejor si se las pudieran
ahorrar. Todo nace de un corazón que ama sinceramente y desea lo mejor para el
amado.
Pero este
no es el camino. No porque haya que volver a los tiempos en que se decía: “la
letra con sangre entra”, sino más bien que las cosas más bellas y valiosas de
la vida siempre se consiguen con esfuerzo y exigencia. No hay nadie que haya
subido el Everest sin haber escalado una montaña menor y sin haber recibido un
buen susto al quedar pendiente de una rama al borde de un precipicio. Nadie
tampoco se cuelga al cuello la medalla de oro de los 100 metros planos si nunca
en su vida a entrenado.
Hay que
ser realistas y entender este principio. Sólo se cosecha lo que se cultiva. Los
niños que hay que educar son maravillosos, con grandes y deslumbrantes
talentos, pero todo esto se ve como se ve una semilla; se puede imaginar cuál
será el futuro y cómo será de maravilloso, pero hay que comenzar por sembrarla,
regarla, quitar las malas hierbas, etc.
La
solución es sencilla de plantear pero hace falta decisión para aplicarla. Se
trata de exigir con amor. Que cada reto que se plantea, cada llamada de
atención, cada mirada fulminante de reprobación por un mal cometido, estén
empapadas de ese cariño que no hay que improvisar, pues ya se tiene, y que
cuando es sincero se transmite sin problema. Parecerá tal vez que la otra
persona no lo percibe, pero es imposible confundir el amor de una mamá incluso
cuando regaña, que el fastidio del profesor que se ha dado cuenta de que el alumno
se ha salido con la suya.
Sirve
también reconocer algo sencillo pero presente en la psicología de cada niño y
adolescente, aunque no sólo en ellos. El hombre se mueve por lo que le atrae.
Hay que saber motivarles para actuar, y luego sí, exigir. Si es necesario y
justo también habrá que premiar. De manera que al final, después de una fuerte
inversión de tiempo, paciencia, cariño, e incluso algo de dolor por la
impotencia de no poder hacer con él todo lo que se quiere como se quiere,
saldrá el fruto maduro de un hombre que no huye de la realidad que lo rodea
sino que sabe afrontarla con gallardía y salir adelante en medio de las
dificultades y problemas. Un hombre a fin de cuentas, completo y feliz. PPM
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