Con más de cuatro meses de cuarentena por la pandemia de
coronavirus y una convivencia estrecha y obligada con la incertidumbre, ya
podemos empezar a pensar cuales son las consecuencias psicológicas que todo
esto nos trajo, nos trae y nos traerá.
Se sabe, a partir de otras cuarentenas (por supuesto menos
mundiales que esta) que cuantos más meses dura, cuantas más consecuencias
económicas tiene y cuantos menos datos haya acerca del final de la misma, mayor
impacto psicológico tendrán las personas que la viven. Como
verán, los argentinos encajamos perfectamente en las tres categorías. O sea que
cumplimos con todos los requisitos para que el impacto psicológico sea tan
fuerte como el del virus y el de la economía.
Efecto
silencioso
Pero lo psicológico siempre es más silencioso. Uno puede ver los
números de los nuevos casos todo el día en el zócalo de un noticiero o
caminar por el barrio y sorprenderse por un local que ahora está en alquiler y
en el que hasta hace poco funcionaba un bar, por ejemplo. Lamentablemente, no
va a tardar en aparecer más adelante la noticia del aumento
de venta de antidepresivos y ansiolíticos debido a la
crisis.
Así las cosas, la cuarentena se llevo la poca certidumbre que
solemos tener los argentinos en nuestra vida cotidiana, las rutinas que nos
ayudan y nos estructuran y también los proyectos y la
capacidad de proyectarnos en el futuro. Claramente la
cuarentena se llevó el mucho o poco equilibrio que podíamos tener en nuestras
vidas.
Hasta acá lo que se llevó, ¿pero que nos trajo? ¿Es todo negativo?
en el afán de ver un vaso completo, con lo que hay y con lo que falta, estas
son las cosas que antes no teníamos.
Covid-19 nos trajo técnicas varias para
lavarnos las manos, distintos modelos de barbijos, caras tapadas en la calle y
la distancia social que tan bien le viene a quienes tienen rasgos fóbicos.
Nos trajo también la frustración de no poder
seguir con nuestras vidas según las habíamos pensado y el desafío de cancelar
compromisos que ya estaban en marcha.
Además, como consecuencias psicológicas directas, trajo mucha
irritabilidad, insomnio, rumiaciones acerca de un futuro incierto y un sube y
baja emocional que nos puede dar un martes bueno y un miércoles malo.
Síntomas todos estos compatibles con la depresión o la ansiedad, pero dicho sea
de paso, es interesante aclarar que una persona puede tener algunos síntomas de
estos y no necesariamente estar deprimido o llegar a tener un trastorno de
ansiedad. Dependerá de cómo evolucionen esos síntomas en
el tiempo.
Como si todo lo anterior fuera poco, nos trajo también un curso
acelerado en plataformas para hablar en grupo, con la aparición rutilante
del Zoom como estrella y el descubrimiento de que se puede conectar con el
otro a través de una pantalla (las tan odiadas pantallas). Nuestros adultos
mayores han combatido el aislamiento que tan nocivo puede ser para el ánimo a
partir de todo esto. Comentario al pasar para la terapia por videollamada que
hoy también está a la orden del día.
El virus fue un terremoto a nivel mundial que nos trajo diferentes
desequilibrios. Frente a un mundo flaco en su capacidad de brindar estímulos
que nos produzcan placer, en muchos casos aparecieron diferentes
excesos: de alcohol, de comida, de harina, de azúcar, de cursos y hasta
de nostalgia también. En fin, todo parece ser válido a la
hora de intentar generar endorfinas que hoy en día escasean en general.
Pero hay algo que también trajo y que se destaca por sobre el resto
claramente ya que hoy es casi una obligación si no queremos angustiarnos y
pasarla peor: la necesidad imperiosa de pensar en el aquí y
ahora, de valorar el presente por sobre todas las cosas porque
si algo nos enseñó la cuarentena es que controlamos muchos menos aspectos de
nuestra vida de lo que nos gustaría.
Evidentemente, entre lo que se llevó y lo que nos trajo la
cuarentena, nos estamos transformando, no
sabemos muy bien en qué, pero transformando al fin. Con el diario del lunes
podremos saber si fue para bien o para mal. SG
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