Quien
se acerca a Jesús, con frecuencia tiene la impresión de encontrarse con alguien
extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de
nuestros contemporáneos.
Hay
gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio
de nuestros problemas y preocupaciones más vitales. Son gestos y palabras que
se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos
transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que
estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.
Sin
embargo, a lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se
ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo
lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido a veces a muchos
cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que
perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos,
contagiaba esperanza e invitaba a la gente a vivir con libertad el amor de los
hijos de Dios.
Cuántos
hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas
bienintencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados sin lograr
encontrarse con Él. No nos ha de extrañar la interpelación del escritor francés
Jean Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores
y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, tan directas,
palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».
Si
muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia conocieran
directamente los evangelios, sentirían de nuevo aquello expresado un día por
Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos». JAP
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