Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre
los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que
pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que
reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí,
recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es
mayor».
Tomando Juan
la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu
nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le
dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por
vosotros».
«El más pequeño de entre
vosotros, ése es mayor»
Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL
(Roma, Italia)
Hoy, camino de Jerusalén hacia
la pasión, «se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos
sería el mayor» (Lc 9,46). Cada día
los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de
comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros
mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo,
de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos
reconocimientos no llegan.
La respuesta de Jesús a estos
pensamientos —y quizá también comentarios— de los discípulos recuerda el estilo
de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús «tomó a
un niño, le puso a su lado» (Lc 9,47).
Después viene la enseñanza: «El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48). —Jesús, ¿por qué nos cuesta
tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en
el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra
los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos
tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.
Esta actitud es también la
fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con
un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús.
Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas
otras personas. Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos
facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y
el agradecimiento. Estas enseñanzas le han valido a santa Teresita de Lisieux
el título de ‘Doctora de la Iglesia’: en su libro Historia de un alma, ella
admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse
una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las
pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a
los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra.
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